17/05/2019
 Actualizado a 18/09/2019
Guardar
Vivimos un momento extraño, un momento que Zygmunt Bauman definió perfectamente como una «sociedad líquida». Una sociedad sin consistencia que muta rápidamente de forma, que solo busca adaptarse a los cambios que se suceden a nuestro alrededor y que, en muchas ocasiones, nos abruman.

La posverdad, el relativismo, la falta de principios… son aspectos a los que nos tenemos que enfrentar sin la certeza de que el camino que recorremos y que venimos a llamar vida, sea un paseo con un rumbo determinado o simplemente andemos correteando de allá para acá sin saber dónde nos dirigimos. Correr por correr, vivir por vivir…

La política, como otros muchos campos de nuestra sociedad, no se escapa a estos mismos aspectos. Sufrimos la política 3.0 en la que los mensajes y los valores se adaptan a la opinión pública en base a estudios demoscópicos que en pocas semanas cambian.

No nos podemos quejar. La política es el espejo en el que las sociedades se ven reflejadas y lo que nos horroriza de la imagen que vemos en ese espejo, son precisamente nuestras propias miserias. Ni más ni menos.

Desarrollar esta teoría daría para escribir un ensayo o más bien todo un tratado; en cualquier caso, para mucha más extensión de la que dispongo aquí.

Hoy me quiero centrar en uno de los principios más puros y sublimes pero que, precisamente, en una sociedad líquida como la actual, es más extraño, tanto que mucha gente no podría definir exactamente. Me refiero al honor.

Yo entiendo el honor como una virtud propia, pero no exclusiva, del ser humano por la que los individuos actúan en ocasiones contra la lógica e incluso en casos extremos contra el propio instinto de supervivencia, por cumplir con un deber o con una norma impuesta por la sociedad o la ética, pero no por la búsqueda de reconocimiento social sino por puro compromiso personal.

¿Y qué tiene que ver todo esto con la política? Pues en mi opinión, mucho. Si juntamos política con una sociedad líquida y una falta de principios, en el caso que nos ocupa hoy, el honor, tenemos un cóctel explosivo, un cóctel al que nos enfrentamos y que sorprendentemente no condenamos, precisamente porque en el fondo, lo aprobamos.

Me refiero a los políticos que hoy presiden un parlamento y mañana cambian de siglas, a los políticos que en los últimos 12 años han militado en 4 partidos distintos, a los políticos que hoy son de izquierdas, mañana de centro y pasado de derechas, a los políticos que sacan los pies del tiesto cuando se les aparta después de vivir 30 años de lo público, esos políticos que no conocen amigos cuando pretenden «promocionar»…

En definitiva, a esos políticos sin honor.
Lo más leído