Secundino Llorente

Homenaje al profesor

13/05/2021
 Actualizado a 13/05/2021
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Los profesores nunca han sido socialmente demasiado valorados. Se nos acusa de vivir muy bien y tener muchas vacaciones. El reconocimiento a un profesor no suele llegar mientras somos estudiantes o compañeros de trabajo, sino ‘mucho después’, cuando nos damos cuenta de la calidad profesional y humana que tenía aquel tutor que tanto nos reñía, pero realmente era una buena persona, o aquel profesor que nos mandaba muchos deberes, pero lo hacía porque nos apreciaba.

Hace diez años, yo paseaba con un grupo de amigos por Zamora y nos llamaba la atención a los turistas en el centro de la ciudad, en la plaza de San Ildefonso, cerca de la iglesia Arciprestal de San Pedro y san Ildefonso, una escultura solitaria en bronce con esta escueta placa: ‘Al maestro Herminio Ramos Pérez. 3 de octubre de 2009’. La pregunta que nos hacíamos todos era: ¿Quién sería este personaje tan famoso que merece el honor de esta estatua? Pues Herminio había sido político, periodista, conferenciante, escritor, pensador, filósofo, historiador, profesor, maestro. Sobre todo, maestro. La estatua inmortaliza al ‘maestro’ Herminio Ramos. Es emocionante que los vecinos de Zamora vean en su querido maestro Herminio que, por cierto, aún vive y pasea por la ciudad con sus 96 años, a uno de los personajes más entrañables de la capital zamorana. Eso es poco común.

Tampoco son muy comunes noticias como la que llenaba las redes, los periódicos e incluso los telediarios la pasada semana con la historia de Marcelo Siqueira, un profesor de Historia y Geografía brasileño de casi 90 años, que en los últimos meses ha pasado por grandes problemas económicos debido a la pandemia de coronavirus y se vio obligado a poner en venta, para poder subsistir, su querido Volkswagen Beetle de 1972 amarillo, el famoso escarabajo. En la ciudad de Curitiba, Marcelo era conocido por su coche clásico que llamaba la atención por dondequiera que se encontrara y por su buen hacer como maestro e inspirador para los niños por su amabilidad y sus consejos. Un grupo de sus alumnos se enteró de la situación y decidió ‘comprarle’ de forma incógnita el Fusca (como llaman al Escarabajo en Brasil). Al conocer las dificultades por las que estaba pasando su antiguo profesor, sus exalumnos crearon un grupo de Whatsapp en el que se pusieron de acuerdo para organizar la compra y devolvérselo a continuación. También acordaron poner dinero para remodelar el coche del anciano y dejarlo prácticamente como si acabara de salir de fábrica. Un programa de televisión brasileño pasó la noticia al mundo entero al enterarse de esta curiosa aventura y fue a entrevistar al profesor jubilado que no pudo evitar la emoción y terminó llorando mientras sus exalumnos le aplaudían. Esto rara vez ocurre con los profesores y por eso ha sido una noticia en todo el mundo.

Lo más normal es que nos demos cuenta de la valía de un profesor mucho más tarde. Sólo cuando el tren de nuestra vida ha dejado ya atrás algunas estaciones caemos en la cuenta de que aquel profesor, que nos dio clase o tuvimos la ocasión de compartir, era ‘único y especial’. Y a veces es la noticia de su muerte la que espolea nuestro aprecio y reconocimiento al trabajo discreto que no supimos valorar en vida. Es el momento de nostalgia y agradecimiento por todo lo que nos regaló. Estoy muy afectado aún por la muerte de un amigo la semana pasada y quiero aprovechar la ocasión y que valgan estas líneas de homenaje a Miguel Ángel, «una excelente persona».

Miguel Ángel Santiago Montes fue el típico ‘currante’ de la educación, dispuesto siempre a realizar los trabajos que cada momento requería. Empezó en Astorga, quince años de profesor de Educación Física y la mayor parte de ellos como jefe de estudios. En el 88 vino a León para abrir y poner en marcha el IES Lancia como jefe de estudios con Pepe Anta como director. Vuelve al equipo directivo durante cinco años como secretario de José Luis Arias y finalmente fue jefe de estudios conmigo los últimos diez años, antes de jubilarse. Como pueden ver, no es que haya llegado el momento de las alabanzas después de su muerte, sino que estos son datos reales de treinta años en cargos directivos que muestran una dedicación total y muy difícil de superar. Puedo presumir de haber conocido muy bien a Miguel Ángel en los quince años que convivimos en el equipo directivo del Lancia. Como profesor jamás tuvo ningún problema por el buen conocimiento técnico de la materia que impartía, capacidad de transmisión de ese conocimiento al alumno y temple para dirigir con exquisita autoridad la clase. Tenía dedicación casi completa a la jefatura de estudios y seis horas semanales de educación física con alumnos y me comentaba que eran los mejores ratos del día. Como jefe de estudios, yo admiraba su empatía para ponerse en lugar del alumno y entenderle, su paciencia infinita para tratar a los más difíciles y su tranquilidad para no perder los nervios jamás. Entrega y dedicación total a los alumnos con los que tenía buen ‘feeling’ y respeto mutuo. Era listo, tenía mucha experiencia y cuando los alumnos iban, él ya estaba de vuelta. Responsable y puntual, era el primero en llegar al instituto cada mañana y estaba siempre donde debía estar. Pero lo más destacado era su calidad humana reconocida por todos sus compañeros, siempre dispuesto a ayudar, siempre con una sonrisa, no le vi reñir con nadie, muy difícil que tuviera enemigos, jamás dio un solo ruido ni una sola voz. Y así se fue de nosotros, sin que nadie del centro lo supiera. Casi todo el claustro de compañeros nos enteramos de su muerte cuando ya le sacaban del tanatorio. La frase en los grupos de Whatsapp era la misma: «Se nos ha ido una buena persona y un excelente compañero, como siempre, en silencio y sin dar un ruido». El coronavirus nos privó a muchos, pienso que a muchísimos, de acompañarte en el último momento y decirte adiós. Nuestro más sentido pésame a tu familia. Un abrazo y «descansa en paz, Miguel Ángel».
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