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Hombres que son pilares

31/01/2019
 Actualizado a 15/09/2019
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Hace unos días reflexionaba sobre los orígenes de la conciencia leonesa como región con intereses propios. Recordaba los primeros testimonios en el Siglo XIX protagonizados por algunas autoridades locales. Llegaron de la mano de las ideas románticas del nacionalismo, que darían lugar a elaboraciones intelectuales consistentes y a grupos de personas explícitamente comprometidos con la nación española y con regiones como Galicia, Cataluña, etc.

En León ese fenómeno fue tardío. Si bien existe una secuencia de reivindicaciones que alcanzan los años 70 del siglo pasado –como recogieron cronologías de referencia elaboradas en los 90, como la de Iniciativa Social Leonesa–, no es hasta entonces cuando se detectan grupos de personas que se comprometen con los intereses de León de forma vocacional. Como fue habitual, el nacionalismo y el regionalismo español nace en las ciudades, y León se hizo urbe tarde.

De ese grupo quiero destacar a dos personajes que aúnan precocidad, coherencia, continuidad, esfuerzo desinteresado e iniciativa, sin demérito de otros. Fueron el profesor Óscar García Prieto y el farmacéutico Jaime Andrés. Ambos empezaron por conocer a fondo esta tierra y sus gentes. Apoyaron con cara amable y recursos propios las iniciativas que iban surgiendo en torno a la promoción de los intereses de León.

Y ese movimiento, que empezó en los 70 como digo, reclutó más gente, creó partidos, estudió tradiciones, recuperó la lengua vernácula y se interesó por aquello que configura la idiosincrasia leonesa. El leonesismo tocó poder, caracterizó los grupos de bailes regionales, el ramo, los pendones, la lengua... Aquello que al principio era tema de cuatro pirados se convirtió en un torrente donde se surgía nuevo talento: libros, actos públicos, exposiciones, grupos de opinión, manifestaciones masivas ...

El leonesismo, del que algunos hablan mal, está ahora en todas partes. Prácticamente nada relevante de lo que se recupera en la tradición o en lo erudito esconde su compromiso con León. Es un tono social que ha calado tanto que la gente habla de lo leonés a los foráneos como algo normal. En León se ha llegado a tener una visión del mundo legiocéntrica nada acomplejada, lo que puede ser malo para unas cosas, pero bueno para otras.

En cualquier caso en los inicios de todo eso está el compromiso personal de unos pocos. Y yo no quiero dejar de recordar a Óscar y a Jaime, que empezaron a estudiar la lengua cuando en León teníamos el libro de Menéndez Pidal y poco más. Ellos son la prueba de que las convicciones pueden cambiar la realidad y de que el compromiso colectivo merece la pena.
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