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"¡Hombre, cocido!" (Al señor Obispo de Astorga)

09/01/2016
 Actualizado a 17/09/2019
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"¡Hoombre, cocidoo!", espetaba el bueno de Don Luis, interpretado magistralmente por Agustín González en la película ‘Belle Époque’, al llegar a la casa de Manolo (Fernando Fernán Gomez) y su familia. Era un cura de los de antes, en vísperas de proclamarse la Segunda República Española, de los de ordeno y mando; suculenta mesa y mantel; buen comedor y mejor bebedor; de hostia por dentro y hostia por fuera. De los de catecismo a base de reglazos en las palmas.

Un retrato de una época en la que el cura, como el maestro, era santo y seña en cada pueblo. Como decía, el clérigo, Don Luis, llegaba siempre a punto para gorronear el cocido de la familia, eso, o la paella, el potaje, la carne con patatas o lo que hubiese. Todo regado siempre con vino y finalizado con un licorcito, que ayude a pasar el trago. Un retrato humorístico pero no exento de una realidad que muchos curas han intentado llevar hasta el día de hoy. Esos sacerdotes alejados de los problemas reales de sus parroquianos y demasiado preocupados por una doctrina férrea que no siempre ellos mismos cumplían y que por suerte el Papa Francisco se está encargando de eliminar.

Y esto, como en todos los lugares del mundo, también pasa en la curia astorgana, muchas veces sublimada ante el mármol y las maderas nobles del obispado y poco receptiva a dar un paso más allá.

Ahora, con el cambio de prelado, se abre una nueva etapa en la diócesis. Una época que tiene que ir acompañando al tiempo en el que transcurre. Mirar atrás ya no tiene mucho sentido, y hacer balance de los 20 años del obispo Camilo Lorenzo no me corresponde a mí. Fuera aparte de que muchos creen que profeso algún tipo de animadversión hacia Don Camilo, nada más lejos de la realidad. Entiendo que gestionó la prelatura como pudo o supo, y jamás dudé que intentara hacerlo lo mejor posible. Otra cosa es que en ciertos asuntos, formas o decisiones pueda estar más o menos de acuerdo.

Me hablan diversos sacerdotes y feligreses de Juan Antonio Menéndez. Dicen que ante todo es uncura. Que se asemeja más a las ideas del actual pontífice, que quiere vivir muy cerca de los problemas de la gente. Un buen comienzo. Pero hay algo que me ha llamado más si cabe la atención. Me susurran, espero que sea cierto, que el obispo sustituía, en su antigua ocupación en Asturias, a sacerdotes enfermos o indispuestos y acudía por ellos a dar la misa a la parroquia necesitada en cuestión. Esos son el tipo de gestos de los que hablo. Me dicen que estaba cerca de los mineros, un oficio no demasiado creyente. Un obispo de calle, sin privilegios, sin grandes fastos ni posturas.

Eso debería ser la iglesia hoy. Una institución que deje de mirar al cielo y empiece a mirar al suelo. A lo que bulle en él. Menos doctrina y más letrina. Y parece que a este asturiano al frente del obispado de Astorga no le importa bajar al barro para estar con la gente, con los que sufren, con los más necesitados. Veremos con el tiempo si todos estos augurios son verdad, ojalá que sí. Que el mayor mérito de Don Juan Antonio no sea haber visitado al menos una vez todas las parroquias de la diócesis en 20 años. Que sean muchos más. Una iglesia que esté ‘así en la tierra como en la tierra’.

En un momento en el que esto de la fe se lleva poco, en un período donde todo lo que huele a iglesia quema, la solución la empieza a poner Francisco I. Atender las necesidades reales, y como en todo, poner sentido común a esta perra vida, que bastantes tragos hace pasar como para que además te estén echando la bronca cada domingo desde un púlpito, y que encima, quien te riñe, no esté a la altura de hacerlo.

Suerte señor Obispo… y si le ayuda, de vez en cuando mi padre hace un potaje sublime de garbanzos, arroz y espinacas. Estaremos encantados de oír aquello de "¡Hooombre, potaaje!".
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