Historias contadas en barro, agua y fuego

Marta Rivera vive entregada a su creación entre su taller y las ferias de cerámica, de las que rescata la respuesta directa de la gente ante sus obras

Mercedes G. Rojo
13/11/2018
 Actualizado a 18/09/2019
La artista en la Casa Panero flanqueada por imágenes de dos de sus obras. | L.N.C.
La artista en la Casa Panero flanqueada por imágenes de dos de sus obras. | L.N.C.
"Mis esculturas son mi lenguaje, mi forma de dialogar con el espectador, cada una de ellas es una metáfora, una emoción, un momento que quiero contar de forma directa y sencilla". (Marta Rivera. Ceramista).

Y en un principio fue el barro, el agua y el fuego… Y luego llegó la mano humana, su habilidad, su capacidad creadora, para darle forma y hacer de ella objetos en los que no solo la utilidad estaba presente sino que pronto se convirtieron también en objetos artísticos sobre los que cada época dejaba su propia impronta. Y así la alfarería se convirtió en cerámica y la cerámica en escultura frágil llena de hermosura y de vida.

Así podríamos definir de forma casi metafórica la evolución de la cerámica hasta el momento en el que nos encontramos con Marta Rivera Fernández (León, 1967), que llegó a la pequeña localidad de Cogorderos, en la comarca de La Cepeda, en el año 2000, trasladando a ella su taller y su casa para encontrar en un paisaje tan ligado a la tierra y al agua «el espacio ideal para vivir y trabajar», escogiendo como profesión la de ceramista, tras descubrir en el modelado una pasión que iba mucho más lejos de la atracción que, hasta que llegó a éste, había venido sintiendo por el dibujo y la pintura hacia los que siempre se inclinó. Y desde el momento en el que toma esa decisión, y como ya lo hacían nuestras antepasadas desde épocas prehistóricas, ha sabido sacarle al barro su utilidad, pero sobre todo su alma, porque entre trabajo y trabajo de subsistencia, va realizando toda una serie de esculturas en las que, por encima de la estética y la perfección que ha buscado siempre con sus trabajos, aparta esos conceptos –sin abandonarlos porque no puede ni quiere crear prescindiendo de ellos– para hacer aquello que verdaderamente quiere hacer, con una libertad total, en la que deja fluir sus pensamientos sin ningún tipo de condicionamiento.

Personalmente descubro a Marta Rivera en la primavera de 2014, con motivo de la organización del I Encuentro Internacional de Literatura Infantil y Juvenil que se celebró por aquel entonces en Astorga, para el cual buscábamos la presencia de artistas femeninas relacionadas de una u otra manera con el campo de la Ilustración. Un amigo común me habló de sus trabajos que me fascinaron nada más conocerlos: mujeres y animales humanizados en los que la relación con la naturaleza, los pensamientos, la maternidad, las sensaciones o los sueños, están permanentemente presentes; personajes protagonistas de historias, de mitos, de leyendas, de cuentos tradicionales o de autor que nos acercan a lo narrado a través de la particular visión de la artista. Y es que ella misma me comentaba, que un par de años antes del momento de conocernos «me interesé por la ilustración y decidí dibujar pequeños cuentos que había escrito para mi hijo. Me di cuenta que podía modelar esas ilustraciones, llevarlas a mi terreno, crear los volúmenes, jugar con el espacio, girar físicamente en torno a la obra, envolvernos mutuamente». Y así es como surge todo ese sugerente mundo de pequeñas obras que nos atrapa cada vez que nos paramos frente a él.

La materia se ha ido transformando hasta darme la sensación de que (la obra) se ha hecho solaMarta Rivera vive entregada a su creación entre su taller y las ferias monográficas de cerámica, de las que reconoce que le proporcionan su sustento económico, pero de las que rescata, sobre todo, la respuesta directa de la gente ante sus obras. Es tal respuesta la que la anima a seguir creando y a mostrar su trabajo, no solo en ferias, también en galerías de arte tanto del territorio español como del italiano, tierra la de Italia a la que está muy unida por circunstancias familiares. Creadora incansable, nos habla de sus piezas con la misma emoción del primer día, de la satisfacción que siente tras el proceso creativo, del significado que adquiere cada una de sus características, ya sea la aparente desproporción de sus obras, el uso del color en las mismas, los rasgos de los que dota a sus personajes; esculturas que dice «miran al frente, casi rígidas, pero con una postura relajada y serena», en las que fluye toda la ilusión que experimenta al modelarlas, la misma que experimentó con su primera escultura, y en las que descubre –a la conclusión del proceso creativo– como «la materia se ha ido transformando hasta darme la sensación de que se ha hecho sola». Y entonces es capaz de sentir una satisfacción difícil de describir, la misma que puede una sentir al contemplar con detenimiento su obra: el mundo cerámico de Marta Rivera, que es sin duda un mundo de cuento, de leyenda, de mitología, en el que de nuevo los elementos más primigenios (tierra, agua, fuego) se funden para interpretar lo más antiguo de nuestra existencia y que, encarecidamente, les invito a descubrir.
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