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Historia incompleta del gran timo en el oeste español

13/04/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Digo ‘historia incompleta’ porque un estudio pormenorizado de la documentación que he ido recopilando sobre las actuaciones públicas sobre tres ejes de civilización y desarrollo del oeste peninsular, a saber, la Cañada, la Calzada, ambas de la Plata, y la Línea del Oeste, requeriría cursar un máster, un verdadero máster, se entiende. Dichas tres arterias, desde la antigüedad, a nuestros días, atesoran un acervo excepcional del discurrir histórico de la Península, de impronta humana y comercial. En la actual organización territorial son patrimonio de las provincias de León, Zamora, Salamanca, Cáceres y Badajoz.

En 1985, el Ministerio de Transportes recibe un documento sobre el ‘Aprovechamiento turístico de las cañadas reales’. De gran interés, porque no solo contempla el reconocimiento topográfico de estos caminos de trashumancia, también aborda su posible lucro económico. De forma especial, de la Cañada Real de la Plata (o de La Vizana), desde la comarca de Luna a Trujillo; así, se sugieren actuaciones posibles de empresas públicas y mixtas; aparecen detallados recursos patrimoniales y recreativos, fauna, clima, paisaje… Han pasado tres decenios largos y ninguna actuación relevante, ni siquiera una señalización continuada se ha llevado a cabo en aras a poner en valor un bien natural tan excepcional.

El uno de enero de 1985 entró en vigor un decreto del Gobierno, por el cual, entre las líneas de ferrocarril suprimidas, por ser consideradas deficitarias, se incluía la de Astorga / Palazuelo, denominada desde su origen como Línea del Oeste (la asignación de ‘la Plata’ surge en 1969, para el TER hasta Gijón); una disposición posterior, de 1996, determinaba su definitiva clausura. Finiquitaba, de esta suerte, todo un trasiego humano y comercial, de importancia para el traslado militar durante las diversas guerras desde fines del XIX; de un empeño que, contra el criterio capitalino, sacaron adelante varios políticos astorganos (la Línea culminó su trazado en Astorga en 1896).

Recorrer ahora esta vía férrea es una desolación. Abandonada por los Ministerios de Fomento, la maleza, la rapiña, la destrucción, se han enseñoreado de su balastro, sendas laterales y patrimonio arquitectónico. En varios de sus tramos han sido arrancados los raíles, para simple venta, o bien para configurar unos caminos ‘verdes’ (ahora en trámites desde Hervás a Salamanca). Todo un disparate, incentivado en los últimos tiempos por la empresa pública Adif, encandilada por endilgar este bien patrimonial. Repasar las insensateces de las propuestas en el Congreso, en diputaciones y ayuntamientos, encorajina el ánimo. Más peregrina está siendo la última idea, pregonada por políticos de aquí y acullá, de reabrirla. ¡Una línea férrea amputada en sus raíles, con las estaciones y apeaderos arrumbados, con unas instalaciones inexistentes u obsoletas! Al menos hubiera sido de provecho demandar al Ministerio detener su expolio.

Si a la Cañada y a la Línea del Oeste las han asistido el infortunio, a la tercera arteria, cercana a las anteriores cuando no coincidente, la Calzada o Vía de la Plata, desde Mérida hasta Astorga, han acudido chupópteros por los cuatro puntos cardinales. Con un agravante: se han invertido millones de euros, con su itinerario como pretexto, algunos aportados por fondos comunitarios, para actuaciones ajenas a ella. Para ello, las dos autonomías por donde discurre, la de Castilla y León, y Extremadura, han incoado expedientes para la declaración de BIC de tal bien (¡en 2001 y 1997!), pero sin afán de resolución final; con esta treta pueden acudir a subvenciones europeas. A día de hoy, es para sorprenderse, solo cuenta con declaración patrimonial la Calzada en su tránsito por Salamanca, según decreto aprobado por el gobierno republicano el 3 de junio de 1931.

Fruto también del galimatías existente, en cuanto a los caminos históricos, es el hecho de que regiones ajenas a la Calzada, como Asturias o Galicia, ‘amañen’ una engañosa legalidad; así, la primera se ha inventado un «Ramal transmontano de la Ruta de la Plata’, y la segunda, una ‘catalogación’ de una ‘Via da Prata’, que nacería en Granja de Moreruela, y vía Orense, como camino peregrino, finalizaría en Santiago. Andalucía, la tercera región usurpadora, no ha iniciado trámites relevantes. El timón de la falsificación lo viene llevando a cabo, desde 1997, la ‘Red de Cooperación de Ciudades de la Ruta de la Plata’, la cual, con triquiñuelas, sigue orientando el flujo turístico por la carretera y autovía de Gijón a Sevilla. Desde 2014, trajinan, en balde, para declarar una falsa vía de la plata Patrimonio de la Humanidad y, recientemente, como Itinerario Cultural Europeo; en este último propósito sí que se ha de estar alerta porque los tentáculos de su poder son casi ilimitados.

Como el lector puede apreciar, el acontecer de la Cañada y la Línea del Oeste, y sobremanera de la Vía de la Plata, muestra una política marrullera por parte de diversas administraciones españolas. Algún día puede que tengan que dar cuenta de este gran timo, de gestión y falsificación; supondría un nuevo punto de partida. Para ello, a falta de un máster, podría suplirlo un buen resumen.
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