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Historia de una coleta

17/05/2021
 Actualizado a 17/05/2021
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Vivimos tiempos de imágenes y pantallas, también en la política. Los discursos se han simplificado, o se han convertido en eslóganes de diseño, esa sintaxis escurrida que se cuelga de las redes. Vivimos tiempos de iconos y de símbolos, el logo es el gran asunto de la publicidad, y la política ha incorporado esas técnicas publicitarias a lo suyo, quizás conscientes los asesores que trabajan en la sala de máquinas de los partidos, o en los intestinos, que la gente espera una emoción, una conexión visual, algo de lo que ser fan, algo que permita una identificación, un sentido de pertenencia.

Así las cosas, hoy se venden ideas, conceptos y tendencias como se venden los productos de temporada, o las dietas saludables. El personal escucha estos mensajes, que a veces parecen anunciar la última oferta, y se muestran con los colores adecuados, las palabras clave que van directamente a nuestros resortes neurológicos, lo mismo que los yogures animan la flora intestinal.

Esta última semana se viralizó mucho (como se dice ahora: no sé si es la mejor expresión en tiempo de pandemia) la inesperada fotografía de Pablo Iglesias con el pelo cortado y recién peinado. No creo que fuera una foto al azar, porque Iglesias siempre ha manejado muy bien las posibilidades de la semiótica. La fotografía tenía, sin embargo, un aire de cierta despreocupación, una atmósfera de súbita tranquilidad, de espera relajada, como si en ella Iglesias quiera expresar que se había quitado al fin las extensiones del poder y de la política, siempre incómodas de llevar.

Cortarse la coleta es una acción muy torera, aunque no creo que Iglesias estuviera pensando en eso, salvo irónicamente. Pero sí, era la foto de una despedida, o la de un cambio de tercio. Puede leerse también como ‘hasta el moño estaba de todo esto’, pues la coleta había devenido moño en los últimos meses, quizás como si ya en ella estuviera operando una transformación, como si ya se hubiera iniciado hace semanas un proceso de merma y reducción del apéndice capilar, ya fuera a causa de los desengaños en la sala de máquinas del gobierno o la reacción simbólica de quien se está quitando del poder y la gloria.

Aunque fue Iglesias mismo quien explicó, según creo, que la coleta era difícil de llevar cuando uno tiene niños pequeños, y que, según eso, el moño se hacía más manejable en el entorno doméstico, nadie quiso pararse en una explicación tan terrenal y consuetudinaria, pudiendo hacerlo desde la metáfora y desde una carga semiológica profunda y estética.

La coleta de Iglesias es para muchos la representación icónica del inicio de una transformación política, el asalto al cielo del poder desde un peinado que venía directamente de la calle, que se complacía en separarse de la raya marcada y la pulcritud de las peluquerías con posibles. También, quizás, la marca, la etiqueta, de una ambición personal, llegar al vientre del poder, como llegó, aunque fuera para descubrir que todo es mucho más difícil allí.

No extraña que se la haya quitado, como quien se quita el uniforme al salir del curro, unos días después de haber dicho adiós a todo eso. La carga semántica de la coleta, como apéndice ideológico capilar, no tiene tanto sentido si ya no estás en la pomada, si ya nos has de marcar una estética que se separe de las consabidas uniformidades clásicas de las instituciones. Dejarla atrás es como cerrar una etapa vital, qué duda cabe, cambiar el chip, abandonar un símbolo de identidad que algunos usaron para zaherirle, sumirse tal vez en la masa del partido o de la gente, sin marca ni señal.

Hay quien llora cuando se corta la melena, como si perdiera en ello una parte fundamental de su ser. No faltan aquellos que se tiñen de pronto (y no sólo me refiero a algunos futbolistas), aquellos que cambian de peinado cuando cambian de ánimo, para dejar atrás desengaños, para quemar etapas que consideran superadas, o para mostrar que, de pronto, enfilan un nuevo camino con nuevas energías. ¿Es eso lo que ha hecho Iglesias? ¿Debe leerse el corte de coleta como una acción más en clave personal, como quien se quita un peso de encima, y no tanto como la búsqueda de una nueva identidad pública, como una nueva forma de dar en cámara?

Aunque algún columnista por ahí ha afirmado que ese rape súbito de moño o de coleta podría entenderse como el efecto de la Dalila Ayuso, que así arrebata, a golpe de barbero, la fuerza y la energía al fundador de Podemos, me temo que la lectura no puede hacerse en clave local: Iglesias acudió a las elecciones de Madrid como el plan final de una despedida ya larvada. Al tiempo que explicó que se consideraba obstáculo, quizás, por el desgaste del tiempo y sus circunstancias, y que por eso lo dejaba todo, y que por eso se había ido desprendiendo de las distintas capas de poder y representación que acumulaba, ya fuera en el partido o en el gobierno, alimentaba sin duda la posibilidad de desprenderse también de toda la semántica de la coleta, una marca de identidad que le había acompañado desde el comienzo de la aventura. Y que había mantenido contra viento y marea, a pesar de que tantas veces funcionó como receptor de críticas y agravios, como si supiera que, un día, cuando considerara el tiempo cumplido, se haría esa foto simbólica, despojado de la marca del jefe de su tribu, con un libro de cine en la mano.

Todo esto ocurre cuando acaba de cumplirse una década del 15-M, el lugar en el que empezó todo. Las televisiones recuerdan cómo era Sol entonces, aquella juventud que emulaba el mayo francés, o eso creía, también la juventud de los líderes políticos emergentes que luego capitalizaron el descontento y lo llevaron, con mayor o menor fortuna, a las instituciones. No faltan quienes creen que cuando la indignación abandona la calle se convierte necesariamente en otra cosa, porque sólo a pie de calle se vive sin red y sin ese peso insoportable que, se quiera o no, siempre deposita sobre los hombros la larga sombra del poder.

La pandemia nos sumió en un estado de tristeza y estupefacción. Aunque líderes como Iglesias, y también Rivera (que renunció a la aventura del centro, seguramente factible), sacudieron las bases del bipartidismo, la sensación de frustración y de desconfianza en la política sigue muy presente. Los liderazgos se impusieron a las ideas, los eslóganes y las redes anularon en parte la necesidad de un pensamiento más profundo, menos maniqueo. Quizás cortarse la coleta signifique volver a empezar: pero de otra manera.
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