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Historia de amor poliédrica

15/10/2017
 Actualizado a 17/09/2019
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Entre las peores comparaciones que se hacen sobre la cuestión catalana, y habiendo mucho donde elegir, sin duda destacan las de quienes pretenden reducir el asunto a una historia de amor. «Cuando alguien te ha dejado de querer, no puedes irle con reproches», aseguró Íñigo Errejón, abriendo la veta del almíbar en el debate. «No corras detrás de alguien que ya sabe dónde estás», escuché reflexionar a un tertuliano, y hasta algún columnista ha llegado a ofrecer abrazos a los catalanes para que superen su crisis de identidad. Normalmente las metáforas se hacen para simplificar algo complejo, de modo que buscarle un símil en las relaciones de pareja no parece la mejor idea, que ya bastante poliédrica está la cosa. No vienen a cuento, por tanto, ni «Carles, tenemos que hablar» ni «Mariano, no eres tú, soy yo». En cualquier caso, la derrota del independentismo parece cada día más cercana. No es que Messi haya anunciado el traslado su sede social a París, lo que sin duda sería la muerte definitiva del secesionismo, sino que Puigdemont, con su sí pero no del otro día en el Parlament, ha cometido el más grave de todos sus errores: entrar en el terreno de Rajoy.Ni la huida de bancos y editoriales ni los antidisturbios. Ahora sí que está perdido. A nuestro presidente nadie le va a ganar si de galleguear se trata, por más que hayan tenido que celebrar un consejo de ministros extraordinario para interpretar si declaró o no declaró la independencia, así que el catalán ya se puede preparar para la derrota o aprender de esos gallegos a los que les preguntas por qué carretera se llega más rápido hasta Ferrol y te responden: «Hombre, la verdad es que por ésa se tarda más, pero por esa otra se mata más gente». Metáforas desafortunadas hay por un tubo en este asunto (ahí aporto las mías), pero entre los peores argumentos destaca el de que, si los catalanes se independizan, luego lo harán los vascos, luego los gallegos (si se deciden), luego los valencianos y puede que incluso hasta los leoneses, los bercianos de los leoneses y después los ancareses de los bercianos. El temido efecto dominó. Es, además, un argumento bastante compartido, que mucha gente encuentra cómo lógico, un efecto dominó que sorprendentemente nadie teme, en cambio, en otra de esas muchas noticias que están quedando sepultadas bajo los dañinos efectos del huracán Procés. Se trata de la guerra que los murcianos, otros referentes del lenguaje a los que a veces también sería necesario convocar otro consejo de ministros extraordinario para poder entenderles, han declarado, mientras tanto, a sus políticos y al llamado Administrador de Infraestructuras Ferroviarias (Adif). Les acusan, en primer lugar, de acumular un retraso histórico en el desarrollo de sus infraestructuras, además de querer dividir la ciudad en dos con el chapucero proyecto de integración del AVE, y temen que la solución temporal que les proponen se convierta en definitiva y que nunca llegue a estar operativo el túnel que les prometen. De momento, los murcianos han ganado la primera batalla, porque Adif anunció esta semana que las obras empezarán seis meses antes de lo previsto. Sí, antes. Por haber cedido al clamor popular, en este caso nadie teme que ahora se repitan por todo el país, como ha ocurrido en Murcia, protestas diarias ante los ayuntamientos, cortes de tráfico ferroviario, caceroladas bajo las casas de los alcaldes y que los periódicos locales publiquen el número de teléfono del concejal de urbanismo de turno, porque al resto de españoles las reclamaciones de los murcianos no nos suenan de nada. Yo mismo no sabría poner otros ejemplos.
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