15/10/2022
 Actualizado a 15/10/2022
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Doce de octubre, pilares que sustentan un mismo hilo común, un hilo muy fino, quizás el único que nos queda, pero firme y bien asentado, una misma Lengua, con sus variantes, que tiende puentes a uno y otro lado del inmenso océano que nos separa. España es cada vez más europea y menos hispana. A la misma velocidad que las costumbres gringas nos invaden (prepárense para Halloween, pintan calabazas), esa conexión que siempre nos ha unido como hermanos con otros países hispanohablantes se va diluyendo como terrón de azúcar en un café templado.

Debemos ser una de esas pocas naciones que no se siente orgullosa de sí misma. España hace tiempo que vive acomplejada. No somos dados a celebrar nuestra fiesta nacional y nos da mucha vergüenza reconocernos españoles. Salvo cuando gana la selección, a la que llamamos ‘la roja’, lo de selección española lo dejamos para los telediarios, entonces sí podemos permitirnos corear el famoso: «Yo soy español, español, español», pero si el fútbol no lo justifica entonces solo somos andaluces, asturianos, murcianos, catalanes, vascos o gallegos. Somos muy de pueblo, no generalizamos.

Solemos decir que España es muy diversa, que es un conjunto de reinos cuyo origen se remonta a la Edad Media, invasores diferentes, lenguas ancestrales distintas marcan nuestro origen. Nadie niega esa riqueza que regalan la cultura, las costumbres, la gastronomía y la idiosincrasia de cada Comunidad, pero me parece una estupidez creernos los únicos diversos entre sí. ¿Acaso no es también diversa y variopinta Alemania? ¿No Lo es Francia? ¿No lo son Italia o Grecia? Lo son, créanme, toda Europa nació de esos retales, pero han pasado página. Su Lengua oficial se habla en todo el territorio y eso simplifica muchos trámites.

Este europeísmo nos acorta otros puentes. Nos hace mirar demasiado al norte y al este, olvidando que al oeste viven nuestros hermanos, los hijos de aquellos que emigraron.
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