12/09/2020
 Actualizado a 12/09/2020
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En plena segunda oleada de coronavirus, muchos niños de toda España han comenzado sus clases en el ya casi olvidado y lejano colegio que abandonaron de golpe hace seis meses. No es fácil volver y mucho menos volver a empezar en medio de esta incertidumbre que todo lo nubla.

Tiempos tan difíciles como los que vivimos arrojan una evidencia indiscutible: invertir en sanidad y educación debería ser la prioridad de cualquier país. Necesitamos tener esas certezas, saber que pase lo que pase nos importa iluminar el futuro.

Mucho se está debatiendo sobre si la escuela es un lugar seguro y hay opiniones encontradas al respecto; de hecho hay familias que se niegan a llevar a sus hijos al colegio este septiembre en el que el flujo de contagios nos tortura in crescendo; no sabemos donde habita este enemigo invisible, cuánto durará esta pesadilla, hasta qué punto pueden nuestros hijos ser portadores, contagiar a alguien que no pueda vencer al monstruo.

Durante esta pandemia ha habido muchas negligencias, es innegable. Y las sigue habiendo, porque probablemente se pide demasiado a profesores y centros educativos: más aulas, geles, mascarillas, itinerarios, controles y más controles. Tiene que ser duro mantener el equilibrio en clase, captar la atención y dibujar la calma en las caras de 25 niños con ganas de jugar y salir corriendo al patio. Muchos colegios se quejan de falta de medios, de medidas imposibles, de decisiones improvisadas. ¿Habrán hecho los deberes los responsables? ¿O las tareas siempre son para los niños? (Y sus familias, claro). Muchos albergamos serias dudas al respecto. El Gobierno y las CCAA han tenido un verano entero para planificar diferentes escenarios: un regreso seguro, enseñanza ‘online’ para posibles confinamientos generales o selectivos, la decisión firme de instaurar por fin un plan de conciliación viable, pero parece que a sus señorías los atrapó el mar. Mientras, ventilemos.
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