Hip hop en la Ópera de la Bastilla

La música barroca de Rameau y la danza urbana confluyen en el montaje ‘Las Indias galantes’, que este jueves llega a los Cines Van Gogh

Javier Heras
10/10/2019
 Actualizado a 10/10/2019
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Las crónicas desde París hablan del acontecimiento del año. La Ópera de la capital francesa celebra su 350 aniversario con uno de los pilares de su cultura, Jean-Philippe Rameau, y su clásico ‘Las Indias galantes’, de 1735. Pero programa las funciones en la Bastilla (habitualmente la música barroca se representa en la Garnier) y propone una lectura moderna, explosiva.

En el escenario dialogan la refinada música del XVIII –concebida para entretener a la realeza de Versalles– con los pasos de 29 bailarines de street dance. La coreógrafa Bintou Dembélé, pionera del hip hop francés, ha incorporado a su vocabulario el Krump. Esta danza urbana nació en los guetos negros de Los Ángeles en 1992: tras la absolución de los dos agentes blancos que apalearon al afroamericano Rodney King, estallaron disturbios raciales. Frente a la violencia policial, surgió una forma de protesta no violenta: un baile que descarga la furia en movimientos improvisados y enérgicos.

Este jueves a las 19:15 horas Cines Van Gogh retransmite en directo el debut escénico del joven y prometedor Clément Cogitore (1983), premiado con el prestigioso Marcel Duchamp de arte contemporáneo. A medio camino del cine y la fotografía, ha expuesto el Pompidou y el MoMa y ha recibido galardones de festivales como Cannes y San Sebastián. Este título le apasiona desde niño, pero con el tiempo le ha generado dilemas. Tragedia lírica formada por cuatro dramas independientes –llamados entrées, o entradas–, comparte un solo tema común: el amor (galante) de distintos personajes en Turquía, Perú, Persia y Norteamérica, territorios exóticos agrupados bajo el nombre genérico de Las Indias. «Muestra la mirada condescendiente de Europa al resto del mundo. La Ilustración, pese a su humanismo, pasa de un estereotipo (el de las tribus primitivas) a otro: el del buen salvaje de Rousseau, el inocente puro. Visto hoy, en el siglo XXI, me parece un volcán en erupción», explica Cogitore.

En este mundo globalizado, se acortan las distancias entre países y las diferencias entre culturas… pero las viejas jerarquías perviven. También el racismo y el miedo. El otro no está en ‘Las Indias’, sino a pocas calles: en un solar abandonado, un aparcamiento o el barrio rojo. La incómoda y brillante producción de Cogitore y Dembélé concede el protagonismo a refugiados, prostitutas o traficantes. Y lleva a un espacio de privilegio como la ópera un baile contestatario como el KRUMP. Eso sí, lo arropa brillantemente un elenco con nuevas estrellas como Sabine Devieilhe y Florian Sempey, y una orquesta puntera en la música antigua: Cappella Mediterranea, del argentino Leonardo García Alarcón.

Las Indias galantes ha regresado con fuerza al repertorio después de casi 200 años de silencio. Se trata de una ópera-ballet, género híbrido surgido a finales del XVII que resume el apego del público francés a la danza. Supuso la segunda obra escénica de Jean-Philippe Rameau (1683-1764), de carrera singular. De sus primeros 40 años de vida apenas sabemos nada: alternó el trabajo de profesor con el de organista, compuso poco y se labró prestigio como teórico musical gracias a su ‘Tratado de armonía’ (1722). Entonces, con 50 años, aquel hombre enjuto, analítico y tajante, debutó en lo que nadie esperaba: el drama. La tragedia lírica ‘Hipólito y Aricia’ (1733) le reportó fama nacional; seguirían otros treinta títulos. Fue el autor más solicitado hasta 1752, cuando la emergente comedia italiana jubiló a la tragedia lírica francesa, criticada por artificial debido a sus temas mitológicos y sus emociones esquemáticas.

La paradoja es que a Rameau le habían atacado precisamente por lo contrario: por revolucionario. Innovó en la armonía –más densa y disonante que la de su predecesor, Lully–, la melodía vocal, más ornamentada y sensual, y la representación de las pasiones, más cercanas y menos rígidas. Construyó un sonido contundente gracias al uso del coro y, sobre todo, de una magnífica orquesta, con la que retrató los fenómenos naturales, como las tormentas y terremotos. Supo mantener el interés del espectador con la riqueza rítmica de las danzas, siempre coloridas (minués, chaconas, polonesas), y variando el tono de cada acto: aquí, el del turco es una comedia sentimental; la de los Incas, una tragedia; y la persa, una farsa.
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