Hijas del carbón... y de la leña

27/01/2021
 Actualizado a 27/01/2021
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No es la continuación del libro de Noemí Sabugal, pues en ‘Hijos del carbón’ también están las hijas. Y mucho. Estas bombonas sólo son hijas en el sentido de que vinieron detrás, nada más que ver con el carbón, ni con la leña, aunque su «modernidad» les causó estragos y fueron muchos los que apagaron las viejas cocinas de carbón para encender los fuegos del butano, que hacía la comida en medio minuto.

Lo de descubrir que no era lo mismo ya es harina de otro costal y en muchos casos ya era demasiado tarde cuando se dieron cuenta de que la comida no sabía igual, ni mucho menos, que el butano no calienta la estancia, que la casa nunca huele igual.

Cómo recuerdo en estas situaciones a Campillo, que se negó en rotundo a comer nada que se calentara con el microondas, en segundos, «¡vete a saber con qué artes!» y, sobre todo, aquellos primeros que llegaron en los que se veía desde el ventanuco de su puerta cómo los chisporroteos hacían juegos malabares en su interior. «¿Lo has visto?», decía Campillo indignado y avisándote de que «si después le crece pelo por todo el cuerpo a las mujeres y tetas a los hombres a mí no me vengáis con historias».

Pero se abrió camino el butano, la velocidad siempre es apasionante, como aquellos camping gas de las primeras acampadas y hasta el color, que le puso el mote al más importante periodista deportivo de la época por los llamativos chubasqueros que lucía. Pero también al butano le llegó su sanmartino y apareció el gas y el pomposo gas ciudad, la vitrocerámica y vaya a saber qué inventos, los que nos hacen ya casi olvidar que hubo un tiempo en el que las abuelas ponían la cazuela sobre la chapa y marchaban a ordeñar «para que se fuera haciendo».
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