15/11/2017
 Actualizado a 11/09/2019
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La Real Academia de la Lengua, en su primera acepción, define la palabra ‘herramienta’ como: «Instrumento, por lo común de hierro o acero, con que trabajan los artesanos». Si buscamos la palabra ‘instrumento’, para lograr un sentido más completo, encontramos que es: «Cosa o persona de que alguien se sirve para hacer algo o conseguir un fin».

Las herramientas siempre han estado ligadas al ser humano y, en cierto modo, la capacidad de concebir y construir herramientas, puede considerarse como la diferencia de la especie dentro del género animal. Gracias a esta capacidad y al uso de las herramientas, el ser humano, aparentemente tan frágil y peor dotado físicamente en comparación con otros animales, no sólo logró sobreviviren circunstancias que fácilmente le hubieran llevado a la extinción, sino que además, ha conseguido dominar el Planeta. Son las herramientas las que nos han permitido multiplicar el potencial de nuestros sentidos, en origen precarios, hasta llegar a ver más y mejor que ningún otro ser vivo, a ser más fuertes y mucho más veloces que cualquier otro animal. Las herramientas están en el inicio de la civilización, siempre como un medio al servicio de los seres humanos.

Sin embargo, en la actualidad, junto con la desmaterialización de la herramienta –ya no se trata sólo de objetos de hierro o cualquier otro material y hablamos de herramientas al referirnos a programas y aplicaciones informáticas–, se observan indicios que contravienen la definición del Diccionario, pues algunas de ellas están pasando de ser un medio del que servirnos, para convertirse ellas mismas en un fin. Lo cual, lleva implícita la perversión de que, a la vez, nosotros nos convertimos en medio para ellas.

El tema es demasiado profundo para la extensión de una columna, pero debería exigirnos reflexionar al respecto. Reflexión que a mí me surge con la siguiente anécdota. Este domingo, viendo jugar al futbol a los niños del U.D. Benavides, me cuenta Eduardo que su hijo David le coge el móvil y le pregunta al artefacto: «¿Dónde voy a ir con mi padre dentro de un rato». Gracioso, sin duda, pero da pavor pensar que estemos dejando a las herramientas decidir nuestro destino.

Y la semana que viene, hablaremos de León.
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