14/02/2015
 Actualizado a 07/09/2019
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El corazón de Europa es una caja de caudales.

En una famosa escena de ‘El tercer hombre’. Harry Lime (Orson Welles) comenta que, bajo el desgobierno de los Borgia, Italia alumbró el Renacimiento, mientras los suizos, en quinientos años de paz, sólo inventaron el reloj de cuco. Relojes no sé, pero cucos sí son. Convertidos en satrapía de la riqueza, comercian con el dinero y, sobre todo, con el secretismo, el sigilo y la opacidad, como si tener dinero fuera tener algo ilegítimo. Perdónenme, pero la ecuación dinero y secreto sólo se despeja con la palabra fraude.

Fíjense en Botín, aquel faro de los negocios, empresario modélico, cuyo fallecimiento motivó ditirambos por doquier en los que nadie recordaba la lista Falciani. Y mientras tanto, Suiza persigue a don Hervé por haber hecho públicos datos bancarios de posibles escamoteos a los ciudadanos. O el Reino Unido, gastando trece millones de euros en custodiar la embajada de Ecuador para que no escape Assange, el revelador de secretos. El mundo al revés.

Suiza, uno de los países más prósperos del mundo, atiborra sus bancos con un dinero, por poner un ejemplo, procedente de unos pocos griegos, que la gran mayoría de los griegos después deberá pedir prestado. Los europeos (del sur, de momento...) se desangran en una descapitalización que liquida las conquistas sociales para convertirlas en negocios. Y los sinvergüenzas que hacen esos negocios a menudo cruzan los Alpes como la familia von Trapp, de la mano, con una sonrisa en la cara, silbando cancioncillas, la cartera pegada al pecho. En una suerte de sálvese quien pueda, huyen como si este cansado continente ya no tuviera remedio ante el desplazamiento de los pingües beneficios a lugares bien lejanos. Abandonan el barco como capitanes del Costa Concordia dejando atrás a un pasaje aterrado y una tripulación inútil, políticos despojados de poder, un poder cuyas migajas se sisan en la caja fuerte que hemos colocado en el centro mismo de nuestra vieja geografía.
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