Hay pueblos que beben el agua

28/12/2017
 Actualizado a 17/09/2019
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Tengo para mí que si levantaran la cabeza aquellos que nos dejaron hace medio siglo una de las cosas que más trabajo les costaría entender es que el agua se vendiera en botellas, que alguien fuera a la hora del vino al bar y pagara por tomar un botellín de agua y hasta le pusieran tapa.

Reconozco que si un día la hora del vino se llega a llamar la hora del agua yo también me pongo el sombrero y me voy a vivir al desierto del Gobi, haciendo el camino a pie con una excursión de caníbales, que es premio que daba, al poseedor de la rifa ganadora, el gran Kaniska, en los espectáculos que iba ofreciendo por los bares de la provincia y que siempre empezaban tarde porque, explicaba, «aún se están vistiendo las chicas del ballet», para que nadie maliciara que estaba haciendo tiempo para que llegaran más penitentes.

Aún recuerdo los regresos de Laureano el coche de línea y cuando le preguntaban qué había por el mundo siempre respondía: «Gente muy rara, hay pueblos que beben el agua... O eso dicen».

Quién les iba a decir que el agua sería con el tiempo el más preciado tesoro, quién le iba a explicar a Laureano que incluso en su pueblo acabarían bebiendo el agua, y no el de «la traída». Quién se lo iba a contar al paisano de Matueca, hace pocos años, que cuando le argumentaban en día de chaparrón que «el agua siempre es buena» se revolvía contra la frase hecha con su escepticismo cazurro: «Si fuera buena iba a caer aquí por los cojones» (sic).
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