03/03/2023
 Actualizado a 03/03/2023
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Una corza pariendo a una mujer. Es una escultura de bronce a tamaño real, de una belleza exquisita, y la pieza que más me gustó de Arco. No sé lo que quiso decir su autor o autora y me da igual: para mí simboliza la conexión con la naturaleza. Una conexión ‘interespecies’, de hembra a hembra, una hembra que trae al mundo otra hembra. Naturaleza: ese fue uno de los grandes temas que vi en la feria. Vi paisajes pintados, representados, esculpidos. Vi pájaros colgados del techo, pájaros pegados a la pared, pájaros ciegos, pájaros abstractos. Vi árboles, muchos árboles. Vi un fotógrafo que narraba un arboricidio: cómo eligió el árbol más hermoso de un pueblo polaco, un aliso de varios metros de altura y varias décadas, con la hermosura de su copa larga y bien dibujada, cómo lo fotografió, cómo se fotografió él mismo junto al árbol, y cómo lo taló, cómo el tronco se convirtió en tablones y los tablones en una caja perfecta y veteada donde se guardan todas la fotos que narran su muerte, una caja que es ataúd y relicario, que es muerte y recuerdo –y juro que mientras el galerista me lo narraba e iba pasando las fotos con las manos enfundadas en guantes blancos para no dejar su huella, mientras veía morir el árbol, se me erizó la piel de la espalda–. Vi toda esa naturaleza en Arco y vi los hombres enigmáticos de Juan Muñoz, el surrealismo animado de Regina de Miguel, las cascadas geométricas de Olafur Eliasson. Y vi la pregunta de la identidad de género, vi pechos, vi penes, vi reflexiones académicas sobre pintoras casi olvidadas en el museo del Prado –cuadros pintados por mujeres que de pronto fueron atribuidos a hombres–, vi mujeres que fueron hombres y hombres que fueron mujeres. Y eso me lleva al otro tema que también está en el aire: la definición del género. He visto que el arte se mete en la corriente revuelta de la historia: ecología e identidad sexual. La semana de Arco vi cómo Moby Dick se volvía ballena hembra y cómo la tripulación del ballenero se volvía ‘queer’. Vi una performance maravillosa como una película muda, con gestos de Murnau y música interpretada en directo por una orquesta, sobre la historia de Moby Dick y el amor entre marineros de una tripulación sin género definido, hombres-mujer, mujeres-hombre, y el mar como un ente sólido y mágico. Eso sucedió en el Círculo de Bellas Artes, bajo el paraguas deTBA21 y la película estaba dirigida por una estadounidense, Wu Tsang, que fue antes hombre, y protagonizada por otra estadounidense, Tosh Basco, su pareja desde hace una década, quien –creo– también fue mujer. Pero qué más da. He visto arte y he visto belleza, y he visto que hay hambre de ambos.
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