17/10/2017
 Actualizado a 19/09/2019
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Si queremos saber lo que es el hambre lo tenemos muy fácil. Todo es cuestión de pasar simplemente un día o dos sin comer. Entonces nos daremos cuenta de que muchas de las cosas por las que andamos agobiados realmente no son tan importantes. Al que tiene hambre y no consigue alimentos, le preocupan menos las comodidades y lujos del piso o la marca del coche. Gran parte de la humanidad se conformaría sencillamente con poder comer un poco decentemente una vez al día. Por eso sería bueno que de cuando en cuando ayunáramos voluntariamente para ponernos en el lugar del que pasa hambre.

En pleno siglo XXI resulta inconcebible que haya gente que se muera por falta de alimentos y que los poderosos de la tierra hayan dicho que en quince años podría solucionarse el problema del hambre en el mundo. O sea, que los hambrientos tienen que esperar quince años para poder comer. Pero las últimas noticias dicen que estamos retrocediendo, que está aumentando el número de los hambrientos. Realmente no hay voluntad de solucionar el problema.

Cuando estas líneas salgan a la luz, habrá tenido lugar el encuentro del Papa en Roma, el 17 de Octubre, con los miembros de la FAO, con ocasión del Día Mundial de la Alimentación. Por lo tanto no es posible aun conocer y comentar su mensaje. Pero intuimos que, si se le hiciera caso, algo más se podría hacer por erradicar esta terrible plaga. Y que nadie caiga en la demagogia de decir que eso se arreglaría vendiendo el Vaticano. Concretamente una de las instituciones que más lucha en el mundo por los más desfavorecidos es la Iglesia. Precisamente el próximo domingo, Día del Domund, recordaremos a los miles de misioneros repartidos por todos los rincones del mundo, comprometidos con los más desheredados de la tierra, muchos de los cuales dependen económicamente del Vaticano, a través de su organismo Obras Misionales Pontificias. Si miramos a España, es difícil encontrar un trabajo tan eficiente y bien gestionado como el que hace Manos Unidas y todos los que colaboran con esta organización. Y podrá hacer mucho más si aumenta el número y la generosidad de los colaboradores.

Sería un poco atrevido echarle la culpa a Dios, que ha puesto en la tierra alimento más que suficiente en manos de los hombres. Lo que ocurre es que el egoísmo humano es muy grande a la hora de repartirlo. Tampoco es cuestión de echar la culpa a los demás, sino de pensar qué puedo hacer yo, teniendo en cuenta que al final de la vida seremos examinados, entre otras cosas, sobre nuestro comportamiento con los hambrientos.
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