20/09/2022
 Actualizado a 20/09/2022
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Ofrecemos una definición de demonio que no está tomada de ningún tratado de teología, ni del Diccionario, ni de Wikipedia, sino de un libro tan chusco como el ‘Catecismo do labrego’. A la pregunta ‘¿Quem é o demo?’ (¿Quién es el demonio?) responde así, con todo el encanto del gallego original: «Um coitadinho que noutros tempos foi espantalho das gentes, e que agora viu tao a menos que nem sequer caso lhe fam os rapazes da escola». Traducimos: «Un cuitadico que en otros tiempos fue espantajo de las gentes, y que ahora vino tan a menos que ni siquiera le hacen caso los chavales de la escuela». Esto fue escrito a finales del siglo diecinueve, pero es la idea que muchos tienen del demonio en el siglo veintiuno.

Muchos piensan que el demonio no existe, que es un invento para atemorizar a la gente y casi nadie lo toma en serio. Se dice que uno de sus grandes éxitos es que no crean en él, pues de esta forma tampoco intentarán defenderse de sus provocaciones, y así él podrá actuar mucho más a sus anchas. Quien piensa que no hay ladrones no tendrá miedo de que le roben.

Lo cierto es que en estos últimos años ha aumentado el número de exorcistas oficiales, nombrados por la Iglesia. Por algo será. El demonio tiene muchos apelativos como diablo, satanás, lucifer, ‘el padre de la mentira’, el maligno... Lucifer significa ‘luz bella’, lo que quiere decir que tiene su encanto y es atractivo. Es seductor. La imagen de un señor muy tostado con rabo y cuernos no es precisamente la que mejor refleja al también llamado ‘príncipe de las tinieblas’.

Supuestamente, si el demonio existe, su tarea principal es suscitar la mentira, el odio, la división, hacer daño a los seres humanos y muy especialmente apartarlos de Dios. Exactamente lo que estamos viendo todos los días. Se podrá creer o no creer en la existencia de Satanás, pero los frutos de su presunta acción están más que patentes. Se puede colar en las personas, en los edificios, en las instituciones, en los gobiernos y hasta en la propia Iglesia. Su influencia cotidiana va más allá de los casos de posesión diabólica.

Nuestra reacción ante el espíritu del mal puede ser muy diversa: pensar que es un cuento y, por lo tanto, no hacer nada para defenderse de él; creer en él, dejarse chantajear y hacer pactos con él; o seguir el consejo de San Pedro: «Sed sobrios, y velad, porque vuestro adversario el diablo, cual león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe». ¿Con cuál te identificas?
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