Hablemos de Bierzo Criminal

Hijo de Misterio en El Bierzo, ‘Bierzo Criminal’ nos transporta a un recopilatorio de relatos de imprescindible lectura, dibujados por plumas de gran talento del Bierzo y Asturias.

Ruy Vega
27/03/2022
 Actualizado a 27/03/2022
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Javier F. Granda, Manuel Ángel Morales Escudero, Raquel Villanueva Lorca, Elisa Vázquez, Carmen Rodríguez, Chary Martínez López, Ceferino Montañés, Juan Carlos Suárez, Loli González Prada, Mónica Balboa, Mario Llamazares Torrao, Víctor Ruisánchez, Fernando Alba y Alba Santín. Papá, todos ellos son Bierzo criminal, el libro del que hoy te hablo en esta nueva Carta a ninguna parte.

Este singular libro recopila relatos de autores de gran talento. Echando la vista hacia atrás, podríamos considerarlo un hijo de Misterio en El Bierzo, del que te hablé hace tiempo. De aquellos días, de las mismas personas y de las mismas ganas por hacer algo único y de calidad nació este ejemplar. Crímenes, miedo, incertidumbre, investigación, dolor y muerte forman los pilares de cada una de las páginas que, estoy seguro, te gustará leer.

Todas las tierras, todos los valles y ríos, todas las ciudades, pueblos y casas, todas las familias, guardan momentos de incierta oscuridad. Cada texto, independiente del resto, nos lleva a un Bierzo de dolor, asesinatos y locura. Un libro imprescindible en nuestras estanterías. Es horrible que nosotros, los seres humanos, seamos capaces de dar nuestras vidas por aquellos que amamos, pero también de matar a desconocidos; que podamos enviar naves a las estrellas, pero dejar morir a gente de hambre; que creemos una vacuna para una terrorífica pandemia en un tiempo récord con la colaboración de gran parte de los países, pero luego que solo esté disponible en algunos de ellos. Ese es el ser humano, eso somos nosotros. De eso, quizá, habla también Bierzo criminal.

Berta Pichel, quien encabeza el primer capítulo, deja una indiscutible calidad palpable tras cada palabra. «Cuando algo le salía del alma, se lanzaba a ello con toda la fuerza necesaria y más. Igual que, cuando iba de caza, seguía sin parar al corzo hasta encontrar el momento propicio del disparo certero», podemos leer en Los pazguatos. A continuación, encontrarás Monarquía, de la berciana de adopción Helena Tur, de quien prometo escribirte, pues desborda belleza tras cada letra con la que inicia textos. Un ejemplo: «Es un día apacible en el que nada hace presagiar la tragedia. No hay pájaros de mal agüero en el cielo despejado y el aire se mece perezoso bajo el astro solar. Un jinete atraviesa el paisaje sin romperlo. La tierra mojada no levanta polvo y solo unos desdenes que juguetean en la orilla regresan al agua del río Valcarce».

Te destaco ahora dos relatos, que estoy seguro de que leerás atentamente. Disfrutarás con ellos, sin duda. El primero es de Javier F. Granda, se titula Amanecer sangriento y nos habla de uno de los criminales más conocidos de este país (te dejo con la intriga de quién puede tratarse, pues bien merece una segunda y una tercera lectura). El segundo lo firma Manuel Ángel Morales, lleva por título Recuerda y nos lleva a instantes que hacen temblar al más bravo. «El viejo se acodaba en la barra del Garabullo y pedía un vino. Ya estaba retirado. Era un hombre solitario y metódico al que le gustaba tomar unos vinos a última hora de la tarde. Solía vahar por la calle del Rañadero y se acercaba directamente hasta la bodega», podemos leer en su primera página.

Me centro ahora en dos autoras, Raquel Villanueva y Elisa Vázquez, autoras de Esa nada que lo fue todo y Solo eran hombres, respectivamente. Del primero te resalto el siguiente texto: «Él era un viejo, podría haber sido mi padre, eso en un principio me dejó sorprendido, creí que la conocía, que a lo largo de nuestros años juntos, me había aprendido sus gustos, pero al final te das cuenta de que nunca llegas a conocer a la otra persona, conoces algunas caras, pero cada uno de nosotros somos poliedros complejos, con múltiples caras desconocidas. Él era un viejo, y era abogado». Del segundo, te destaco: «La ayudé a lavarse y curarse los golpes y les invité a los dos a mi casa para que se tranquilizaran. Ese día comimos la tortilla guisada. Ya no la volví a comer jamás. No soporto ver una tortilla, ni siquiera una tortilla francesa; se me revuelven las tripas. Se ve que la asocio con lo que presencié…».

Un pequeño salto hasta Carmen Rodríguez, quien en Dolor nos lleva a tiempos pasados, pero conceptualmente presentes, a minutos de impacto y sobrecogimiento, a momentos de necesaria lectura. Otro de esos textos que debes leer y retener. Para muestra, lo que leemos en la penúltima página: «Mi hijo lloraba desconsoladamente a lado de su hermano pequeño, cuyo cuerpo yacía sobre el maldito asfalto que traería prosperidad a todo el pueblo». Me tiemblan las manos con solo escribirlo.

Palabras que componen frases, frases que navegan en párrafos y párrafos que crean historias; historias de imprescindible sabor y detalle como las que Chary Martínez o Loli González nos entregan, dos autoras que debemos seguir en este futuro literario. De ambas he tenido la fortuna de leer sus obras, y creo que caminan por el sendero brillante del texto perfilado a base de horas y horas de pausada lectura.
Estoy seguro, papá, de que tus manos temblarán dos veces con este libro. La primera será por el gusto de su lectura, la segunda por las propias historias. Ojalá todas fueran ficción, sueños de creadores de imaginación innata, circuitos de un engranaje de perfecto arte, pero no es así. Y eso es lo terrible. Alguno de ellos se basa en imágenes recogidas en la retina de lo palpable.

Escribe Mónica Balboa en La bella del Burbia, que «su foto enmarcada en plata me miraba con superioridad desde la pared de la salita. La flanqueaban otras instantáneas: ella con mamá, ella con su polluelo Fran, ella y su marido Antonio. Yo siempre era el que estaba detrás de la cámara». Potente, ¿verdad? Nos transporta a una y mil reflexiones. Otra de las nuevas plumas que debemos seguir.
Lamento no poder dejar en esta carta un trocito de cada capítulo, de cada uno de estos relatos que, estoy seguro, podrías leer con admiración por el talento y con dedicación por lo relatado. No, no puedo, pues en lugar de carta tendría que enviarte algo más, algo largo y quizá complejo. Por eso, te dejo aquí con el gusto de su lectura, la necesidad de su disfrute.

Finalizo con Mario Llamazares (a quien seguro recuerdas por su último poemario) y Donde el Tropezón, un lugar sin duda emblemático en nuestra amada Ponferrada. Lee con atención: «Nunca me tomarán en serio, aunque les hable muy en serio. Pero ahora me creerán. Se van a enterar. Después de hoy no se volverán a burlar de mí. Se acabarán las risitas que oigo tras pasar junto a ellos. Se terminarán los cuchicheos insoportables a mi alrededor. Son todos el mismo puto y asqueroso moscardón. Forman parte de la misma mierda».

Escribo ya las últimas líneas de esta Carta a ninguna parte, toca cerrar este nuevo capítulo, estas nuevas palabras con las que escribo el último libro leído, el último libro que ojalá pudieras leer conmigo, pero no el último libro del que hablaremos. Y es que, sea con cartas, con pensamientos, con sonrisas o con recuerdos, siempre estaremos en contacto.

Nexo de común unión y necesaria permanencia. Puede que pasen los días, los años, quizá lustros (¿quién sabe cuánto futuro tenemos?), pero lo que nunca pasa es mi fijación por una frase, que tatúo en mi alma vagabunda: no es inmortal el que nunca muere, sino el que nunca se olvida
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