10/07/2022
 Actualizado a 10/07/2022
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Una marea humana rojiblanca, una explosión de emociones rojas anudadas a mil cuellos y una periodista comentando el chupinazo, emocionada por los recuerdos infantiles que le trae esa fiesta. Y a una, que la cosa de los astados le resulta tan ajena, sólo le emociona la voz rota de la periodista y lo demás le produce azogue. No sólo por el peligro de correr con unos cuernos pegados al cogote, si no por un problema de sinestesia que ha unido para siempre la palabra Sanfermines a otra imagen: una mujer violada en un portal por una Manada de cafres, con la condena más mediática que los presentes hemos vivido, provocando otra marea humana en las calles, esa vez pidiendo una justicia justa. Podría parecer un asunto cerrado que ya no viene a cuento, pero sí. Seis años después, la lucha de la víctima continúa al reabrirse la causa contra las detectives que la espiaron y presentaron un informe con su vida y misterios, por un posible delito contra su intimidad y revelación de secretos. Un informe elaborado con sus fotos y comentarios en las redes, imágenes y chats que ahora la Audiencia quiere ver si en origen eran privados, y fotografías que la sacaron con amigos y familiares. Una mujer violada que acaba siendo espiada, como si fuese ella la delincuente.

Nevenka es la segunda invitada a la columna porque, tras veinte años, volvió a la actualidad por el intento del Ayuntamiento de Ponferrada de pedirle un perdón institucional, para el que no consiguió apoyos. Se me ocurre que aparte del perdón (que también) se le diesen las gracias por ser la primera española que denunció a un poderoso por acoso sexual. Su delito, romper la relación que mantenía con un alcalde, aunque las mentes patriarcales castigaron otro: la mujer que se acerca a un hombre con poder es una trepa. Una idea tan arraigada en esta sociedad que incluso cruzándote con alguno sin más valía reconocida que su exceso de autoestima, se piensa lo mismo. Y por supuesto, si la mujer progresa y tiene éxito, su mérito se adjudica al caballero más cercano, por aquello de que la inteligencia se transmite por contacto y si pisas su jardín, por esporas. También entonces salieron 3300 personas a la calle. Pero en ese caso, tres mil apoyando al acosador y trescientas a la víctima. Así funcionaba la cosa si había poder en medio y a ella le supuso abandonar el país tras una truculenta historia de acoso y derribo, difamación y ostracismo, pero dejando tras de sí una gran labor hecha. Nevenka, sin saberlo, fue la precursora del movimiento ‘MeToo’, nacido en 2017 para destapar abusos de los hasta entonces intocables. Movimiento que abrió la caja de Pandora sacando el lado más sórdido y cruel del abuso de los poderosos, en todos los ámbitos, consiguiendo que en los últimos años hayan sido sentenciados actores, directores de cine, políticos… Hoy mismo, un caso de acoso sexual, porque estas cosas salpican mucho, ha sido el detonante que ha tirado de su torre de marfil a Boris Johnson, dejando un mundo un poco más cuerdo.

Y la tercera invitada es Maite, a la que llamaré la bella durmiente, aunque su caso recuerda más a la película de Almodóvar ‘Hable con ella’, en la que un enfermero cuida durante años a una joven sumida en un coma. Ella sólo es cuerpo y silencio. Él habla y habla con ella, se enamora y acaba violándola. Maite tenía catorce años cuando sufrió abusos sexuales de su cuidador, cuando la creía dormida, en el centro que la tutelaba. Nadie del centro la creyó (o fingían no hacerlo) y la cercaron con un silencio cómplice mientras se preparaba un informe difamatorio de ¡una niña de catorce años! porque no hay caso de abuso o acoso que se precie, sin el correspondiente trabajito que desacredite a la víctima, no vayan a creerla. Maite fue esposada a declarar. El acosador con las manos colgando. Nevenka, acosada por su expareja. La justicia le condenó a él. La sociedad, a ella. Una joven violada en un portal por cinco desconocidos. Maite, abusada en su cama por quien debía cuidarla, a quien nadie hizo caso. Una, en su puesto de trabajo. Otra, de fiesta. Una niña agotando la infancia en un centro de acogida. Tres casos diferentes desde las torres de marfil hasta los sótanos, pasando por los portales (reales y virtuales). Veinte años en medio y procesos idénticos: niñas buenas mientras fueron víctimas silenciosas. Niñas malas, cuestionadas y enjuiciadas cuando abrieron la boca. Da igual el tipo de acoso, la edad o el status. Nada cambia. Romper el silencio supone un doloroso peregrinaje de años, defendiéndose de haber sido acosadas o violadas.

Y se siguen preguntando qué falla. Pues eso, Señoría. Fallan ustedes. Por eso las mujeres callan y sufren acosos antes de lanzarse al calvario de la justicia. Podrían probar a cambiar el método, como experimento. Cuando una mujer llegue denunciando algo, recuerde: no es porque se aburría aquel martes a la sombra. Es porque tiene algo importante que contarle. Pruebe a sentarse, mírela a los ojos y hable con ella. Será más fácil todo.
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