17/11/2020
 Actualizado a 17/11/2020
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Los humoristas Tip y Coll, que los más jóvenes probablemente ya no recuerden, solían terminar sus actuaciones diciendo aquello de «y la próxima semana hablaremos del gobierno». En realidad pocas cosas se podían decir de aquellos gobiernos normales, de derechas o de izquierdas, que intentaban hacerlo lo mejor posible, aunque tuvieran sus fallos. No sucede así en el momento presente en el que cada semana, o casi cada día, nos dan algún sobresalto, produciendo indignación o pánico, incluso entre los afines al principal partido gobernante.

Quienes hoy rigen los de España, unidos mediante una especie de simbiosis y parasitismo, tienen como principal meta la permanencia en el poder, a cualquier precio. No los juzgamos ahora por su gestión, según algunos pésima, de la pandemia. Es una situación complicada y resulta fácil equivocarse. Lo que ya no nos parece tan normal es que aprovechen este clima de miedo, de libertad condicionada, de la gente para sacar adelante leyes sin consensuar y que tienen como objetivo imponer sus ideologías. Un ejemplo palpable son las prisas por implantar una nueva ley de educación, sin el más mínimo consenso, a fin de convertir la enseñanza en un camino seguro para implantar estas ideologías, a imagen y semejanza de los estados totalitarios.

Ya se encargan bien algunos medios afines de decir que es mentira que esta ley margine la lengua castellana en alguna región de España, que no se meten con la enseñanza concertada ni con la educación especial, ni con la clase de religión. O sea que es una ley maravillosa, que respeta la libertad y que hará que nuestros alumnos salgan muy bien formados, aunque sea sin esfuerzo. Según eso los que protestan contra esta nueva ley se quejan de vicio. O sea, que ¿Ahora en Cataluña será más fácil estudiar en castellano? ¿Los padres podrán elegir libremente el colegio o tipo de educción que quieran para sus hijos? ¿Se va a potenciar la educación especial? ¿Sale beneficiada la asignatura de religión? Ciertamente NO.

Pongamos el ejemplo de la clase de religión: con la ley Celáa la nota no cuenta para nada, ni hay una asignatura alternativa. Supongamos que esto mismo se hace con otra asignatura y que un niño puede renunciar a estudiar historia o educación física, teniendo así una asignatura menos. Y que en todo caso da igual suspender que aprobar estas asignaturas. ¿De veras que saldrían favorecidas? Pues no. Por otra parte ¿se puede hablar de educación integral del ser humano cuando se margina la formación religiosa? Ustedes dirán.
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