05/06/2021
 Actualizado a 05/06/2021
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Reconozco que en este tema soy víctima de la deformación profesional. Sería de necios negar mi parcialidad cuando se habla de la materia prima con la que trabajo y que se deja moldear hasta cobrar un sentido. Me aqueja cierta hipersensibilidad en los debates relacionados con el lenguaje. Me indigna ver cómo se le asigna o despoja de ciertas cualidades, según los intereses ideológicos y partidistas de algunos voceros a los que ciertas tribunas se les quedan un poco grandes.

Es innegable el poder de las palabras y su influencia directa en nuestro día a día. Este es el motivo por el que se originan ciertas discusiones gramaticales, como es el caso del lenguaje inclusivo. No debemos huir del intercambio de opiniones, ya que es sano debatir y confrontar puntos de vista en ocasiones antagónicos. Pero lo que tampoco deberíamos permitir es ser víctimas de la dictadura de lo políticamente correcto y del pensamiento único.

No es mi intención hablar de la idoneidad o no de subir al trono de los géneros la vocal e, compartiendo espacio con la a y la o, pero me da cierta lástima y pena las dos vocales restantes, las cuales quedan en la más absoluta soledad. ¡Defensores de la i y la u, unámonos y exijamos por qué en vez de elles y nosotres, no comenzamos a decir ellis o nosotrus! Es la gran ventaja del lenguaje, que se puede hacer con él lo que nos plazca. ¿O no?

Los idiomas son seres vivos que van evolucionando y adaptándose a las nuevas realidades. En ocasiones los cambios están originados por la voluntad popular a través de la normalización del uso de ciertos vocablos y expresiones y en otras, algunas actualizaciones son impuestas. La clave es quién y con qué objetivos se imponen dichos cambios.

Dejando a un lado el humor sobre las vocales, lo que sí consigue removerme las entrañas es cómo no se utilizan los mismos esfuerzos empleados en algunos debates lingüísticos a la hora de proclamar por activa y por pasiva la importancia y necesidad de utilizar correctamente el lenguaje. Si las palabras son tan importantes, ¿cómo puede ser que se hayan normalizado los millones de faltas de ortografía que inundan por ejemplo las redes sociales? ¿A cuántas personas con cargos de mayor o menor responsabilidad han visto hacer hincapié y liderar campañas en defensa del buen uso del lenguaje? Antes de entrar en ciertos debates y mejoras, quizás sea conveniente comenzar desde el principio. No digo yo que todos hablemos en oro como ilustrados literatos, pero estoy seguro de que al menos, hablando en plata, nos entenderíamos mejor.
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