Habitantes de apeaderos

13/01/2022
 Actualizado a 13/01/2022
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Van dejando morir a los viejos trenes. En el mejor de lo casos, porque lo más habitual de estos tiempos es que los van matando. Porque los viejos trenes de vapor, los que llevaban olla ferroviaria, los que paraban en cada pueblo, fueron mucho más que una estampa entrañable o bucólica, fueron, como los coches de linea, la posibilidad de ir y volver a la ciudad, de ir y volver a clase, de bajar al médico, de subir al banco, de llevar al mercado, de traer de la plaza...

Fueron vida para unos pueblos a los que hoy, en silencio y con alevosía, van robando todos los símbolos de lo que siempre habían sido, de su vida pausada, y hoy todo pasa a la velocidad del AVE, el símbolo de un progreso al que sólo se pueden subir quienes viven en la estación de origen o en la de destino. Y la mayoría siempre fuimos habitantes de apeaderos.

Van dejando morir a los buzones de correos. En el mejor de los casos, porque lo más habitual de estos tiempos es que los van matando. Porque por sus ranuras ya solo depositan cartas los bancos que te cuentan que te van a subir las comisiones que cobran. Un burofax de algún cabrón que te amenaza con su equipo jurídico frente a tu soledad. O, en estas fechas que se acercan, un ciudadano al que no conoces de nada, que te llama por tu nombre y se toma todo tipo de confianzas para decirte que deposites en la urna una papeleta que te envía –¿quién te dio mi dirección? ¿eso de la protección de datos, qué?– y que germinará en todas las bondades del mundo universo.

Ya nadie escribe a su abuela, que no tiene wasap. Ya nadie manda una postal desde El Escorial.

Ya casi nadie piensa que hay otras formas de vida, y, lo que es peor, no están dispuestos a respetarlas.
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