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Habemus juramentos y promesas

07/07/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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El mediodía del viernes fue tranquilo en el salón de plenos del Ayuntamiento de San Marcelo. Y calurosísimo. En verano, la estancia noble del edificio consistorial es un cocedero. Una sauna. Una penitencia irredenta. Pero anteayer era lo de menos. El público lo sobrellevaba. Con paciencia y acatamiento. El PSOE volvía al poder municipal ocho años después, y José Antonio Diez Díaz –de nuevo, hágase honor al apellido de la emocionada madre– asumía la alcaldía de León.

Pues bien, como se esperaba –y, además, era lo natural– había más socialistas confesos y aplaudidores –bastantes más– que ‘populares’. Entendible y consustancial a la jornada. Y de entre estos últimos, algunos recuelos (en lenguaje de la calle tómese como sobrantes) con cara de chincheta y ojos avacados. Se les marcaban las ojeras. Ya lo dice el amigo Julianín, ‘rancataplán’.

Al margen del desencaje de la urna en el recuento de votos –siempre se produce alguna incidencia durante la constitución del Ayuntamiento–, llamó la atención el vigor de Vicente Canuria para acatar su responsabilidad como munícipe. Le habían precedido en la observancia José Antonio Diez y Vera López –números uno y dos de la candidatura socialista– quienes prometían el cargo. Para entonces, el baile del crucifijo daba comienzo. Se retiraba de la mesa presidencial a instancias –ya faltaba poco–del futuro regidor.

Pero hete aquí, que le toca el turno a Canuria por ir de tercero en la lista ganadora de las municipales y pide el crucifijo. ¡Coño, qué raro! Delante de la representación cristiana, con compostura y voz de chico recio, jura, no promete. Juro, dice, con vehemencia no impostada, antes de la fórmula habitual. ¿Insólito? Es posible. La norma común en el PSOE es prometer, no jurar. El guión lo marca así aunque cada uno tenga libertad plena para expresarse en conciencia. Y Canuria se arrogó el consentimiento. Era su potestad personal. Estaba en su derecho.

Y redundante fue la promesa del portavoz de Podemos, Nicanor Pastrana, el ulterior en hacerlo, que sacó una ‘partitura’ en forma de folio para dejar constancia pública de su responsabilidad como edil. Lo que dijo va implícito en el encargo. Está obligado. La retahíla la culminó con un ‘ubuntu’ que, según aclararía, se trata de un concepto africano, cuyo significado es «yo soy porque nosotros somos». Menos mal que a los veintiséis anteriores no les dio por lo mismo. El acto se hubiera convertido en un teatrillo de feria.

Y Sendino ¡ay, Sendino! volvió a pasarse el protocolo por la entrepierna. Lo viene repitiendo. Él y sus dos acompañantes de bancada. Le guste o no, la regla índica que la banda al pecho, por el momento, es la bandera de España. Esa. No otra, concejal.
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