12/06/2015
 Actualizado a 14/09/2019
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Pitágoras, ese que nos hacía sufrir de pequeños con lo del teorema, tenía una escuela en Sicilia que fue el primer centro de adoctrinamiento totalitario de la historia. Enseñaba la dictadura perfecta. Una de sus prohibiciones, que tenía un carro de ellas, era que sus discípulos no comiesen habas. ¡Vaya uno a saber cual era el motivo! Razón de más, piensoyo, para odiarle. A mi me encantan las habas, siempre fui malo en matemáticas y no soporto las dictaduras. Algunos grandes hombres, a lo largo de la historia han tenido manías. ¡Pero lo de odiar las habas! ¿Qué sería de la cocina mexicana, de la asturiana o de la leonesa, sin ir más lejos, sin las alubias? Perderían mucho como cocina y como seres inanimados. Sé, porque lo sufro en mis tripas, que esa suculencia de la naturaleza tiene la pega de los gases. «Suspiros son aires quedos que salen con disimulo; más, si salen por el culo, no son suspiros, son pedos». Dicen que Quevedo escribió esta coplilla en pleno siglo de oro español, cuando teníamos tal número dejuntaletras y pintamonas excelsos como no ha vuelto a haber en la historia. En aquella, el sol no se ponía en el imperio. Pero el pueblo, del que salían estos genios, los soldados que lo defendían, pasaba hambre. Lograban sobrevivir a base de verdura y legumbres. ¿Cual, entonces, es la reina de las legumbres? Las humildes y gaseosas habas. Pitágoras murió porque, al ser perseguido por una turba que estaba hasta la peineta de sus enseñanzas, se encontró con que el único sitio donde podía refugiarse era un campo de fréjoles. Fiel a sus dictados, no lo hizo. Fue detenido y asesinado. Con dos y una vara.

Cayo Julio César Augusto Germánico, alias Calígula, estaba, por parte de padre, más loco que una cabra de los Andes. Las hizo de mil colores, siempre jodiendo al pueblo, eso si. Una de las más célebres que preparó fue, un día cualquiera, mandar a sus pretorianos a buscar y asesinar a todos los calvos que se encontrasen porRoma. Así, porque se levantó con el día torcido, sin más. Menos mal que uno no vivía por entonces, (o no lo recuerdo, por lo menos), que la hubiera llevado clara: no me la libraba ni Dios. Y, como uno, que hubiera sido del calvo de la lotería, del calvo del atún, de don Limpio, del teniente Kojak, del kan de los mongoles... No lo quiero ni pensar. Es una suerte vivir en estos tiempos donde aquí no se mata a nadie por ser distinto a los demás; se mira mal, sin embargo, al ‘otro’: al moro, al gitano, a los maricones, a los que no hacen, sistemáticamente, lo que dice el poder, a los que no piensan como tú, enterao, a los drogatas, a las putas... ¡Que suerte! En fin..., salud y anarquía.
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