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Guirao: ¿ministro para nuestra lengua?

16/06/2018
 Actualizado a 10/09/2019
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La aceptación, por parte de José Guirao, de responsabilizarse de los cometidos nacionales de cultura y deporte presupone, en principio, pese a una legislatura efímera, una gestión esperanzadora. Es un filólogo que ha lidiado con administraciones de distinto signo; posee conocimiento sobre los límites presupuestarios y, también, de los requisitos, farragosos, que se han de cumplimentar en los obligados expedientes de carácter público.

Viene siendo la tónica en el reciente Gobierno el hecho de que los nuevos ministros, comparezcan, con prontitud e intensamente, en diversos medios informativos. De Guirao hemos leído, o escuchado, unos apuntes, con una prudente reserva, de los temas a los que irá encaminado su quehacer. Entre ellos ha destacado la recuperación, como dirección general propia, de la relativa al libro (en su día eficazmente desempeñada por el cepedano Rogelio Blanco) y una mayor atención a las Humanidades, propósito en el que ha de implicarse la ministra Isabel Celaá.

He apreciado dos carencias importantes, entre los empeños por él anunciados: una alusión, siquiera, a nuestra lengua –también de otros 430 millones de hablantes nativos–, el español, y a los archivos. Cierto es que los Institutos Cervantes, que se hallan repartidos por el mundo, están adscritos al Ministerio de Exteriores y que a la Real Academia Española la mandata una fundación con sus respectivos patronos. Pero nuestra lengua es el común tesoro patrimonial; y está bastante desasistida ante las acometidas de indocumentados o litigantes, no pocas veces públicos. En cuanto a los archivos, baste reseñar el más importante, el de Alcalá (AGA): para los no residentes en Madrid, la obtención de copia de documentos es cuestión de meses, y supone un alto coste.

Ha llamado la atención que el ministro Guirao, a la hora de prometer el cargo, se atuviese a la fórmula habitual, sin seguir la pauta introducida por la vicepresidenta Carmen Calvo, del –as / –os, y que secundaron algunos de sus compañeros. La RAE no ha cuestionado esta última elección, pues entraría, la incorporación del femenino, dentro de lo que la docta casa considera como «relevante en el contexto»; no obstante, el uso exclusivo del masculino, alude en esta circunstancia, conjuntamente, a los hombres y mujeres de los diversos ministerios, con independencia de qué sexo predomine.

No ha sido, pues, una ‘perturbación’ para nuestra lengua la anterior diversidad de textos, en la promesa del cargo, por parte del nuevo Gobierno. Sí, en otros muchos casos, en los que el desdoblamiento masculino / femenino es totalmente innecesario, porque resulta ajeno al sistema del español, molesto a nuestro oído y no acorde a la economía propia del lenguaje. Ninguna escritora con crédito, de las que publican narraciones, en periódicos o libros, martillea a uno con ‘esta nociva moda’, por considerar que «el masculino, para referirse a los dos sexos, no consigue representarlos». Esta cita no está extraída de un particular, sino que reza en el folleto, editado en los primeros años del siglo, desde un gabinete ministerial, bajo el título ‘Nombra en femenino y masculino’.

No solo se ha malgastado dinero público, en contra de los criterios de las 23 Academias, en artificios contra el uso genérico del masculino, sino también en la pretensión de que el ciudadano sustituya palabras de uso habitual, incluso afectivo, por otras (alumnado por alumnos, inmigrantes estos días por personas, etc.). Como si la sinonimia fuese una repetición exacta de significados, o bien las distintas opciones para el género gramatical no respondiesen a profundas cuestiones etimológicas y culturales; cuando no, simplemente, por el gusto o repudio para nuestro oído. Acertado ha sido, por ejemplo, que el hablante haya rehusado sustantivos como ‘*cangreja’ o ‘*pioja’.

Otro uso nocivo para nuestra lengua, que cada vez se prodiga más en anuncios, medios informativos, es la ‘invasión’ de anglicismos. Para cualquier hablante, como uno mismo, sin dominio de la imperante lengua extranjera, ha de consultar, en la lectura diaria, de continuo expresiones que cuentan con sus correspondientes, y hermosas, palabras en español. Frente a este deterioro de nuestro principal patrimonio contamos con réplicas, pero sin el debido ‘calado’: recomendaciones de académicos, algún programa como el de RNE, de Pepa Fernández, en la mañana de los domingos, algunas publicaciones, como las de Ignacio Bosque… Carecemos de populares revulsivos, como aquellos «continuos dardos en la palabra» de Lázaro Carreter.

Al ministro Guirao le corresponde el velar por el español, en primer lugar respecto a cuantos ocupan los cargos ministeriales: en el género gramatical, en el uso espurio de la arroba, en el porqué y cuándo han de decir, en puridad, castellano o español, etc. Cada mujer y hombre, del Gobierno, tienen su formación, aprehendida no de cualquier mindundi sino de los ‘sabios’ de su disciplina académica. Obligación suya, dada su primacía social, es respetar y ‘aconsejarse’ de los correspondientes al español, para estima propia y de cuantos en España y en naciones de otros continentes queremos seguir hermanados con las mismas palabras, con parecidos sentimientos.
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