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Guillermo Pintor Machín

05/11/2020
 Actualizado a 05/11/2020
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En la esquela de Guillermo, fallecido el martes día 3, se leía a pie del encabezamiento necrológico una frase laudatoria: “Orgulloso, fiel, abnegado, digno y leal papón”. Y todo ello era verdad. Incuestionable. Sin embargo faltó un calificativo que le definía en mayor medida y que leenvolvió siempre como un celofán orlado y pasional: sensible. La sensibilidad que Guillermo irradiaba vencía cualquier obstáculo. Los pasaba por encima. Y los desintegraba con dulzura.

Porque Guillermo –el hermano y entusiasta papón de altos vuelos y encendida piedad- fue, por encima de todo, un hombre emotivo en cada uno de sus actos. Y transparente. Y una persona cabal, que, como tocado por la varita mágica del bien, prefería perder de su derecho –muchas veces lo hizo- si el cariño y la amistad estaban en juego. Si corrían peligro. Por ejemplo. Y si le perdonaron siete errores durante su fecunda vida, él perdonó setenta veces siete sin que nadie lo intuyera. Casi en silencio. Como dictan los textos evangélicos a los que, por costumbre y convencimiento, se acogía desde las primeras horas de la mañana.

Argumentar a estas alturas -después de muerto y descansando donde su fe católica lo ha llevado- que Guillermo era un hombre bondadoso y sin dobleces -que no todos los que se mueren lo son y así debe señalarse-, sobra por sabido. Lo era. Y un luchador. Y un hombre comprometido. Y un ejemplo de vida y de cofradías. Era muchas cosas juntas en un mismo ser, que eso es harto complicado y mucho más difícil de conjugar en estos galopantes tiempos de ambiciones y descréditos generalizados.

Guillermo empezó a vivir entristecido –y, también, a morir un poco, que todo hay que decirlo- cuando su esposa, la recordada y querida Pacita, se fue de su lado. Y de eso no hace tanto. Siempre la tuvo presente. Cada día. Y por ella, por su imborrable memoria, rezaba para hallar consuelo. Le salía del alma tenerla entre oraciones. Mecerla. Formaba parte de su talante espiritual.

En la biografía íntima de Guillermo Pintor se alumbra en su particular camino la faceta de papón. Al igual que otros varios –tampoco tantos- que se entregaron en cuerpo y alma a engrandecer y apuntalar la Semana Santa, Guillermo fue modelando –y modulando- diversas situaciones –la mayoría desconocidas para el vulgo-, que atentaban a una continuidad razonable de la Pasión leonesa. A una continuidad amenazada por tiempos inciertos, que requerían de un postulado permanente. Recuérdese que no todo ha sido como se contempla ahora. La actual pujanza ni se intuía. Ni en los mejores sueños.

Y Guillermo, servicial por naturaleza, se arremangó para sumergirse y comprometerse. Primero, desde la Real Hermandad de Jesús Divino Obrero, como secretario. Luego, en la cofradía de Nuestra Señora de las Angustias y Soledad, como abad. Y, a la vez y en medio, bracero en la de Jesús Nazareno, donde pujó la emblemática ‘Oración del Huerto’. En el núcleo de todo ello, la Junta Mayor de Procesiones, en la que desarrolló, como tesorero, una labor encomiable. Y cerró su andadura poniéndose a la cabeza de la cofradía de ánimas, radicada en la parroquia de San Martín y titulada del ‘Cristo de Fuera’. A partir de ahí se dio un respiro.

Ahora, después de ochenta y siete años de vida, Guillermo sacó el pañuelo, lo agitó y enfiló un camino diferente: el de la eternidad. Y allí, en ese mundo nuevo, rodeado por sus permanentes convicciones, continuará siendo el hombre bueno que la gente conoció. Se fue el hombre, sí,pero jamás se marchará su espíritu. El de un anegado hombre y un fiel papón.
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