07/05/2022
 Actualizado a 07/05/2022
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Jarales floridos y un sol que deslumbra sobre el río. Piedras amasadas durante siglos que han creadopozas en las que todavía no se bañaba nadie, aunque había unos cuantos pies en el agua. Agua calmada y fría. Y sombra de árboles y hojas verdísimas de primavera.

En las calles de Garganta la Olla, en la comarca cacereña de la Vera, había muchos grupos de vecinos mayores sentados en corro a la puerta de las casas. Nos veían pasar a los forasteros del puente festivo, y lo hacían interesados y desinteresados por igual, como quien mira un cielo siempre distinto pero repetido.

Hablaban poco, pero allí estaban, juntos toda la tarde y toda la vida.

Charo nos estaba enseñando los pueblos de la Vera, donde vive, y después de unas migas y un rin ran, nos habló de su grupo de paseo. Unas pocas mujeres que, cuando los pétalos de la tarde empiezan a cerrarse, se juntan para pasear y hablar.

Estos grupos de paseo se ven en todas las ciudades y en todos los pueblos. Son personas en mallas y zapatillas deportivas sobre las que se cruzan los pájaros y va cayendo el rubor del cielo.

Tan poca cosa y tanto, porque nos contaba Charo de una viuda a la que el grupo había salvado de la incomunicación. Antes, la pena la había dejado casi sin habla. Apenas le salían del cuerpo las palabras o le salían mal, como si se resistieran a abandonarla.

Esa mañana, en Cuacos de Yuste, habíamos descubierto un grupo mucho más trágico: el de los soldados enterrados en el Cementerio Alemán. Entre los olivos, las cruces de granito negro, todas iguales, revelan la extrema juventud de muchos de aquellos a los que recuerdan: dieciocho, diecinueve, veinte años. Soldados de la Primera y Segunda Guerras Mundiales recogidos por toda España después de que se hundieran sus barcos junto a nuestras costas o de que cayeran sus aviones en los campos.

Y así, grupos de conversación que liberan las palabras para afrontar la noche inmensa y grupos que no hablan y tienen un arma en la mano. Ahora mismo y siempre.
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