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Gris: blanco sobre negro

16/09/2018
 Actualizado a 13/09/2019
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A San Juan XXIII, el papa viejecito que intuyó el paso del Espíritu por nuestra historia, no le gustaban los «profetas de calamidades». Como lo fue este articulista en la entrega anterior. Le salva a uno, es un decir, que abrió a tiempo una puerta para poder ser hoy y aquí «profeta de esperanza». Y es que si vergüenzas culturales abundan en nuestro tiempo, no faltan en éste amplias satisfacciones, al haber conquistado algunos valores auténticamente humanos y, por tanto, genuinamente cristianos. Enumerémoslos.

A pesar de muchos crímenes de lesa humanidad, ahí está el reconocimiento de la dignidad inviolable de la persona humana, frente a poderes, ideologías, opresiones, adoctrinamientos y desigualdades. Ahondando en la misma veta, aparece el reconocimiento del valor absoluto de la persona en sí misma, sin apuntalamientos filosóficos o teológicos, que hace posible el triunfo de los ‘humanismos’ genuinos, aun en contra de las prevenciones con que se acoge a veces este término. Una aplicación concreta de esta certeza es el rompimiento (al menos, en teoría) de cuanto quiere esclavizarnos como si fuéramos lengüetas del engranaje de una sociedad que lleva el ritmo repetitivo de producción-consumo-disfrute: el ser humano de hoy, en sus mejores individuos, se muestra claramente partidario del pacifismo, el ruralismo, los voluntariados, la indignación…, y de un sentido puro del desarrollo y del progreso, como utopía que puede concentrar las mejores energías de todos. Otro propio la cultura actual es la comprensión del ser humano como alguien en quien se integran todos los factores de su existencia (razón e intuición, ideas y sentimientos, pulsiones y decisiones, psicología y fisiología) en una visión unitaria, que supera viejos y temibles dualismos. También filosofía y economía han consagrado el sentido del ocio y de la fiesta en el ser humano, inducido por el afán innato de encontrar paraísos de felicidad y paz interior. En el mismo sentido, si bien en perspectiva comunitaria, están los esfuerzos por conseguir la paz y la justicia en el mundo, en un proceso de globalización que rompe cualquier limitación de índole étnica, religiosa o ideológica. Esta línea-fuerza alimenta también la preocupación por el cuidado de la casa común, por la ecología, con esfuerzos visibles que nos impulsan a establecer una comunión firme con el mundo material en que vivimos.

Nuestra historia evidentemente tiene color gris. Pero no olviden que en este color se mezclan el negro… y el blanco.
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