07/02/2015
 Actualizado a 14/09/2019
Guardar
Virgilio describió cómo un «regalo de los griegos» puede ser una artimaña temible, tanto que resulte determinante para resolver un largo enfrentamiento. Pero ese era el punto de vista de sus enemigos, de los romanos, legatarios de Troya. Para los propios griegos, europeos por linaje y antonomasia, el regalo del caballo de Troya propiciaba la victoria, pues en él se ocultaron los guerreros destinados a abrir las puertas de aquella fortaleza inexpugnada tras décadas de asedio. El destinatario del obsequio, en definitiva, fueron los propios griegos.

El nuevo gobierno heleno, pese a sus llamativos errores iniciales (ausencia de mujeres, pacto con la derecha para lograr mayoría) pretende ser un regalo para un gran ejército de europeos, una enorme legión del nuevo precariado que, en número creciente, acampa a las puertas de la amurallada ciudadela en la que defienden sus privilegios un puñado de oligarcas. El matonismo de la señora Merkel, los chantajes de la llamada troika (¿Quién les otorgó el poder? ¿Qué intereses defienden? ¿De dónde sale el dinero que tan alegremente reparten y hoscamente reclaman? ¿Qué hacen con él?), la impunidad de gestores y ejecutores de la crisis… Ante todas esas insidiosas amenazas y contra el rapto de una princesa griega llamada democracia, el gobierno de Syriza se alza como un caballo de madera en medio del patio de armas, destinado a abrir las puertas a una Europa distinta; justo aquella que nos dijeron que iban a construir antes de que nos diéramos cuenta de que nos mentían, de que lo que levantaban era otro baluarte de privilegios que sería preciso asaltar desde las urnas, desde la calle.

El gobierno de Alexis Tsipras y de su ministro de economía, tan parecido a la estampa de un sagaz Ulises, o si se prefiere a la de un enérgico profesor de Hogwarts, está llamado a ofrecer esperanzas a quienes sentimos esta crisis como un inmenso timo, una estafa a gran escala ante la que sólo cabe una estratagema: un obsequio de los griegos.
Lo más leído