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Greta entre nosotros

09/12/2019
 Actualizado a 09/12/2019
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La Cumbre del clima que se desarrolla en Madrid (aunque bajo la presidencia de Chile) nos ha puesto en el mapa de los informativos internacionales, mucho más, desde luego, que nuestra crisis política. Pero, en general, reconozco que las crisis tienen mucho más éxito en los noticiarios, como los sucesos, las tragedias, y en este plan. El morbo sigue funcionando como antaño (más, si cabe, con las redes sociales) y el atractivo no parece estar en las buenas noticias. Qué se le va a hacer. Y, sin embargo, necesitamos que suceda algo bueno.

El momento mediático, como ya hemos dicho aquí, se lleva por delante el verdadero meollo de los asuntos. Está pasando con la Cumbre del Clima, pero pasa también con todo lo demás. Hay mucho ruido y pocas nueces, como se suele decir. Y el ruido puede ser parte de la conversación, de acuerdo, aunque hay veces en las que no se entiende ya casi nada. Además, no faltan los que discrepan sistemáticamente de todo lo que se mueve. Hay un gran afán de llevar la contraria, no tanto por estar en desacuerdo, sino por alimentar ese enfrentamiento cotidiano, ese oleaje en el que dilapidamos gran parte del tiempo.

Hoy estar de acuerdo está mal visto. Llegar a un trato también levanta suspicacias. Mucho mejor, dicen algunos, la lucha de contrarios, la sospecha permanente, la demonización del otro. La fuerza, creen, está en discrepar, en tener rivales, cuanto más duros, mejor, en no conceder ni un centímetro. El buenismo es cosa de blanditos, gente que cede ante los demás, gente que no va hasta el final con sus opiniones, por disparatadas que sean. Con esas ideas, que cada vez triunfan más en política, pero también en la vida corriente, no sé si hubiéramos llegado hasta aquí. Esa tendencia a imponer las opiniones propias, porque son mejores y porque nosotros lo valemos, empieza a resultar agotadora. El mundo se ha llenado de imprescindibles que además te lo hacen saber. Cualquiera, sepa o no de lo que habla, parece tener una opinión formada e imbatible. Y, por supuesto, el que está enfrente no es más que un indocumentado, faltaría más.

Algo de eso está sucediendo con el asunto del cambio climático, probablemente el problema más grande al que se enfrenta cualquier país (también el nuestro), y, como sabremos en breve, el problema por antonomasia, pues todos se resumen en él y todos dependen de él, empezando por nuestra propia vida y la de nuestros descendientes. De poco sirve la evidencia científica, porque los científicos, como los artistas, son denostados de inmediato. En tiempos de lucha contra las elites culturales o académicas, alguien ha decidido que la mejor manera de que no sucedan las cosas es no tenerlas en cuenta, o considerarlas inexistentes. Hay mucha agenda mediática global que opera de manera sistemática, es cierto, para conseguir imponer ciertas ideas, pero en el caso del clima creo que muy pocos están hoy en desacuerdo con asuntos tan graves como el calentamiento global, la contaminación y acidificación de los océanos, etc. Ya dijo Nanci Pelosi en su visita a Madrid: «ciencia, ciencia y ciencia». Y en esas tres palabras se resume todo. El resto es tener ganas de hablar por hablar.

Desgraciadamente, hoy se imponen las narrativas, las imágenes y los símbolos a los verdaderos asuntos. La Cumbre del Clima ha vivido esa situación con la presencia de Greta Thunberg, que, como todo hoy en estos tiempos, de inmediato ha suscitado emocionados alegatos en su favor y también tremendas críticas. Su viaje en catamarán a través del Atlántico ya fue puesto en cuestión, con recomendaciones de que se fuera al colegio cuanto antes, que ese era su sitio, en lugar de pasearse por el ancho mundo. Hay mucha gente dispuesta a organizar la vida de los demás según sus propias normas, creyendo, por supuesto, que son las mejores. Lo mismo que hay mucho político que, en lugar de alegrar a la gente, tiende a regañar a los ciudadanos por cualquier cosa, como si la vida consistiera en recibir broncas continuamente de los que al parecer conocen la verdad absoluta.

No soy yo precisamente un defensor de los símbolos y los eslóganes. No suelo manejar frases de diseño, siempre que puedo, porque necesito más frases que un tuit, ni soy de agitar banderas, pero creo, que, en el caso de Greta, más allá de que efectivamente es ya un icono de las manifestaciones contra el cambio climático, se ejemplifica muy bien el tiempo que vivimos. Por un lado, esa pasión que la joven suscita allá por donde pasa, y quizás a su pesar. No tengo dudas de que toda esta exposición mediática acabará pasándole factura. Y seguramente estará mejor y más tranquila volviendo a casa, dejándolo todo, abandonando la primera línea a la que llegó con el empuje de unos y otros. La cuestión es si debe hacerlo. A pesar de lo que suponga para su propia vida: apenas puede evitar los micrófonos, las cámaras, las multitudes, como si fuera una santa laica a la que todos quieren ver. Antes que su pasión ecologista, todos parecen preocuparse por el selfi, por la foto, por subir algo a las redes y decir, oh sí, Greta estaba allí y yo también. Un fenómeno mediático trasladable a otros muchos de los que hoy suceden, pues el mundo se mueve ya con estos oleajes.

Y, sin embargo, es injusto convertir a Greta en el blanco de nuestras incredulidades. Su propia fama (no creo que haya podido hacer nada por evitarla, una vez que todo empezó) no ha sentado bien a muchos. Pero aún peor con sus pocos años: las descalificaciones empezaron a llover de inmediato. Es un fenómeno muy común, salvo en algunos casos donde al famoso se le permite prácticamente de todo. Sin embargo, hay que aprender que la gente con éxito no siempre es bien recibida. De inmediato se asume que es algo impostado, un aprovechamiento derivado de no sé qué, y entonces empieza el derribo. Vivimos tiempos extraños en los que se juzga sistemáticamente a los demás, en los que todo se mide en términos de bueno o malo, ese maniqueísmo que deriva de la simpleza de los análisis.

Como la propia Greta ha dicho muy bien, agarrada a esa pancarta con la que empezó, ella es sólo una pequeña pieza. En realidad, ha llegado ahí en brazos de este vendaval mediático, de nuestra necesidad de símbolos y de héroes, aunque también los héroes son denostados y sustituidos por otros de inmediato. Son los científicos los que deben hablar (también Greta lo ha dicho) y apenas los estamos escuchando. ¡Imposible con tanto ruido! Imposible con tanto envoltorio. Imposible con tanta pantalla brillando a todas horas y con tanto afán por el vértigo contemporáneo.
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