Gredos, donde Castilla y León eligió ser los Alpes

La montaña abulense es tierra de caza por el amor de Alfonso XIII a la cabra hispánica, donde los macizos ceden el granito para construir y el refugio Elola alberga en el Circo Glaciar aventureros que buscan adrenalina

J. López (Ical)
12/11/2016
 Actualizado a 19/09/2019
Laguna Grande de Gredos (Ávila). | EDUARDO MARGARETO (ICAL)
Laguna Grande de Gredos (Ávila). | EDUARDO MARGARETO (ICAL)
“Puede ser el peor infierno o el cielo, porque estamos en una isla o en un agujero”. Depende del día, Israel Pérez vivirá un romance o una desventura con el granito, al que el tiempo y el cielo adormecen o enfurecen. Su labor se ciñe a mantener operativo el servicio que el refugio de montaña Elola, a los pies del coloso Pico Almanzor (2.592 metros), ofrece a los aventureros que llegan hasta allí en busca de adrenalina en forma pedregosa. Armado con su navaja, mechero, impermeable y teléfono móvil ladea con sus caballos por el Circo Glaciar de Gredos en su porteo semanal, al que se accede por una ruta de más de dos horas desde Hoyos del Espino. Asegura que huye de su anterior vida. “La primera vez que entré a trabajar aquí estuve tres meses sin bajar. Quería salir de todo lo que me rodeaba. Lo conseguí”, rememora.

Para muchos, su experiencia puede convertirse en una locura. Para otros, como él, es su “casa y escuela”, donde los sentidos están alerta 24 horas diarias, le permiten tocar las nubes con sus manos, poder disfrutar de un baño en la fría y transparente laguna central de Gredos y, sobre todo, levantar la vista y apreciar un paisaje granítico por los cuatro costados, con neveros en verano, con niebla o con el amanecer sobre las puntas del Almanzor y La Galana. Un lugar idílico del Parque Natural de Gredos en el que Castilla y León eligió ser los Alpes.Junto a Raúl, Javier, Sara y Óscar, Israel reside en el refugio, a 1.950 metros de altura, completo casi todos los fines de semana. “Esto es un como un gran hermano. Te levantas con tu compañero, desayunas con él, comes y usas el mismo baño. Lo importante es ser equilibrado”. Tienen que serlo, porque el lugar es “especial”. Todos utilizaron una “balanza para ver lo positivo y negativo y decidir”. “Yo me he conocido a mí mismo y he hecho muchos amigos. Somos una gran familia”. De hecho, la convivencia sería similar a una plataforma petrolífera o un submarino.En cualquier día previo a un fin de semana, los trabajadores se afanan en los preparativos. Su labor educativa consiste también en sensibilizar a la marea de montañeros y alpinistas de lo que se permite o no hacer en un espacio natural de estas características. Llegarán tras recorrer una senda muy exigente, llena de dificultades y desniveles, pero compensada con imágenes que quedan en la retina para toda la vida. Desde que se asciende la última parte del Alto de Barrerones, a 2.300 metros, y antes de bajar al Circo, se vislumbra lentamente un ‘skyline’ de los picos más importantes de Gredos. De repente, el cansancio se olvida de un plumazo. “Todo el mundo lo dice. No es lo mismo verlo a que te lo cuenten”, asevera Pérez. Desde el propio Almanzor a La Galana, Los 3 Hermanitos y el Risco de Los Hoyuelos.Mientras, ‘Misil’, ‘Nevadito’ y ‘Luna’, como se llaman los tres caballos del refugio, recorren el camino con serena naturalidad. Suben, tirados por Israel, de Hoyo de Pinares -adaptado ya al turismo de montaña-. Llevan al refugio hogazas de pan, verdura, queso, carne, mermelada y leche en polvo, entre otros productos, que son colocados en serones colgados de forma lateral en los caballos. Durante el camino, el experimentado montañero advierte de personas “que no muestran respeto alguno”. “La montaña engaña y la gente pasa de ello. Deben mirar el tiempo, utilizar crema solar, gorra y llevar agua. Temperaturas variables en poco tiempo, casi trampas. Si hace malo que no vengan. Muchos se juegan la vida y no se dan cuenta. No tiene que ser su último fin de semana en la vida”, alerta. Por ello, reconoce que el ángel de la guarda del Almanzor “no para de trabajar, porque pasan cosas increíbles y por suerte la gente salva la vida”.Israel y sus compañeros aconsejan a sus huéspedes: “Venid todos con los sentidos preparados para disfrutar y vivir. Cada detalle importa. Una piedra, el sonido del agua, el ruido...” Y algo que el mundo desconoce, que es una zona con importante radiación de granito, por lo que las tormentas “se convierten en un espectáculo de luces”. “Pero si te pilla en un alto, ya no es tan bonito”, ironiza Pérez, quien recuerda que un profesor suyo siempre le decía que una tormenta en Gredos “era lo más bonito que él había visto jamás”. Cuando “llegan holandeses”, aseguran que en un día ven más especies de animales que los que hay en todo su país”. De hecho, viven 230 especies de invertebrados en un territorio de 86.200 hectáreas, que sirve de barrera entre las dos mesetas y que cuenta con la declaración de Parque Regional desde 1996.Piorno y Gredos, amor eternoLo más normal es que, entre los amarillos piornales, símbolo eterno de Gredos, las cabras hispánicas salgan casi al paso del aventurero, acostumbradas al trasiego humano. Su amor por estos animales empujó a Alfonso XIII a convertir Gredos en un punto de caza de interés nacional y, de paso, salvó a este mamífero endémico de estas rocas de una extinción de la que estaba amenazada.El circo glaciar es el símbolo de Gredos. Pero el Parque no acaba ahí. Es un paraíso en el que los caballos se echan al monte y cada propietario sabe cual es el suyo cuando los va a recoger; en el que la trashumancia aún domina parte del paisaje, en el que la belleza de la montaña se adorna de piornos, como ocurre en la carretera paralela al río Barbellido, afluente del Tormes, donde la roca presta sus granitos a las casas de los pueblos y el cabrito es el rey de la gastronomía, acompasado con judiones de El Barco de Ávila, vino de la uva garnacha, que intenta explotar tras años de lucha, y hasta cerveza artesanal.El cabrero: una vida peculiarEl sistema montañoso de Gredos facilita que en la falda sur se encuentre el microclima del Valle del Tiétar, que hace frontera con Extremadura y Castilla-La Mancha. En pocos kilómetros puede apreciarse un metro de nieve o temperaturas muy cálidas o abundantes lluvias que permiten el cultivo, por ejemplo, de pimentón o de tabaco. Rufino Galán, guarda vigilante desde hace 35 años del Castro Celta de El Raso, en Candeleda, es la persona idónea para mostrar las zonas más altas de esta ladera, por la que él mismo también ha ascendido el Almanzor más de 20 veces, la última hace tres años. “Tengo 63, pero cuando era joven casi lo subía corriendo”, ensalza. Ahora lamenta que, en una de las últimas ocasiones en que se acercó por la zona, observó en ruinas el refugio del rey, donde Alfonso XIII llegó incluso a dormir en sus monterías. “No entiendo como han dejado caer algo que es historia”, explica apenado.Galán hace de guía. Muestra las majadas ya abandonadas donde los cabreros residían, pues su peso en la comarca fue muy importante. Como Tino ‘El gato’, que ayudó a subir a Lola Flores porque se había desorientado. Ahora, su hija Maribel Sánchez ha recogido el testigo y cuenta con una explotación de cabras de la raza ‘verata’, la cual ha recuperado y por la que ha obtenido distintos reconocimientos. También tiene su mérito Jaime Garro, un pastor parco en palabras al que Rufino saluda y que se dirige a los altos pastos en un día en el que el sol aplasta cerca de Candeleda. Sus 280 cabras de leche y carne son casi inapreciables mientras faldean entre los helechos, excepto para él. “Esto es muy esclavo, poco gratificante”, comenta.Su padre y su abuelo bautizaron ‘Las Braguillas’, una majada que ahora la Diputación de Ávila ha restaurado como recurso turístico y en el que residía una familia compuesta por siete personas, además de los animales, separados en diferentes infraestructuras. “Era un modo de vida único. Se dice que los cabreros de antes querían más a sus animales que a los suyos”, cita el guarda. Desde estas pequeñas granjas, construidas en la montaña por ellos mismos, se transportaba la leche y el queso a los pueblos y “se intercambiaba por pan”, relata Garro. Siempre franqueado por sus perros careas, desliza que son sólo tres cabreros en la zona de El Raso, cuando hace 30 años la cifra superaba los 25, con 140 animales de media cada uno. “¡Y subían a pastar a 1.500 metros!”, se escucha a Rufino de fondo.El cabrero continúa su camino, al que el guarda ya no perderá de vista desde las alturas, mientras el Renault Kadjar asciende por el monte. “Gredos es muy peligroso. Donde parece que no hay nada debajo de los helechos, te la pegas. Por eso tenía tanto mérito lo que hacían los cabreros”, prosigue, recordando la heroicidad de los antiguos pobladores de estas tierras. Todo ello no esconde la crítica constructiva sobre la política rural de una persona que conoce bien estas tierras. “Se está aprovechando el turismo en estos pueblos, pero se está abandonando la ganadera, que fija población”, comenta. También cree que hay que apostar por medidas que atraigan al visitante “¿De qué sirve tener 40 restaurantes si no llega la gente?”, se pregunta.

Kenia abulense


Sin embargo, la realidad habla de que el Tiétar, siempre mirando a Gredos, se ha adaptado al turismo, con establecimientos habituales, pero otros no tanto. Un ejemplo de esto último es la fina y serpeante carretera que une Candeleda con la ermita de Nuestra Señora de Chilla, patrona de la localidad. Cada kilómetro, un negocio vinculado al turismo, más bien de lujo. Llama la atención ‘Candelaria Experience’, dirigido por Íñigo Moro y Michaela Steffen, una “ciudadana del mundo” de origen alemán. Con simpatía y saleroso tono venezolano, que mantiene de los años que allí residió, ella recibe a aquellos que buscan pasión por la naturaleza a través de rutas a caballo y el deporte en la sierra. “Nuestra ilusión es ofrecerte lo que buscas”, vende. No es utópico imaginarte dos días en Kenya, como si se tratara de ‘Memorias de África’, aunque sin elefantes y leones, con una terraza de hierba y los animales silvestres pastando y paseando casi a las puertas de tu habitación, a ras de suelo. “Es un modelo lodge en un complejo de lujo, que otorga un recurso diferente”, define Steffen.

Una gran majada abandonada que Íñigo heredó fue el punto de partida de esta iniciativa, en la que se puede disfrutar por 85 euros la noche, con desayuno incluido. Tras la rehabilitación de la finca, su vida es casi compartida con sus propios huéspedes, la mayoría madrileños. Se complementa con vuelos en avioneta y esquí acuático en Valdecañas (Extremadura). Esta experta en turismo, que acaba de ubicar a la empresa en páginas web con mayor valoración de alojamiento, ya trabajó en Argentina en un lodge, donde adquirió la experiencia suficiente.

En la misma carretera se encuentra el hotel de lujo Nabia, muy cerca, y que en la mitología Vettona/Celta daba nombre a la diosa de los montes, los valles y los ríos. A ellos se suman bares, restaurantes y empresas de equitación y rutas a caballo.

Una literatura especial...


No podía faltar, a los pies de Gredos, la cultura y la literatura, que conservan su hueco. Cientos de libros, principalmente históricos y con los que se inician miles de conversaciones en torno a la naturaleza, la caza, la agricultura, la ganadería, la flora o la fauna endémica. Pero incluso hay un pequeño rincón dedicado a la novela erótica gracias a la escritora madrileña Noelia Amarillo, que situó en la localidad de su marido, Mombeltrán, sus libros ‘Ardiente verano’ y ‘Bajo el calor el piel’ (Terciopelo). “Fue muy divertido, porque mi familia y yo veraneamos en el pueblo, pero no siempre coincidimos. Fui a verlos un fin de semana en tren, algo enfadada. Y me puse a pensar en los parajes tan maravillosos de Gredos y en una novela sobre una urbanita de Madrid que llega desesperada a Mombeltrán y aprende a entender el bosque, valorar la riqueza, sus habitantes, su retranca y sentido del humor tan peculiar. Un tipo de vida diferente”, relata.

Las dos novelas se desarrollan en parajes reales. Amarillo trata de remarcar “la diferencia” entre la tranquilidad rural y la vida agitada de la capital. “Muchas cosas me sorprenden por las costumbres y arraigos, por la unión. Todos sentados en el poyo, junto a la puerta, y otras escenas que me encantaron”, continúa. Tal era la idea que traía en ese viaje en tren, que cuando llegó, casi no tuvo tiempo ni de darle un beso a su marido. “Me fui directamente al cuaderno para apuntar las ideas que traída”, ríe esta escritora, que ya cuenta en su haber con 17 novelas eróticas y que publicará en octubre ‘Nadie más que tú’.
Archivado en
Lo más leído