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Gracias, maestro

06/01/2017
 Actualizado a 19/09/2019
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Cada día nos encargaba una copia de un texto adornada con un dibujo esquemático. Las tenía plastificadas y super ordenadas. Si hoy hacías la número seis, mañana te tocaba la siete.

Si la terminabas en clase ni siquiera tenías que llevártela de deberes y la tarde entera era libre para jugar, porque hace 30 años los niños de EGB de Fabero no solían estar llenos de extra escolares.

Los textos solían representar algunos valores básicos como el respeto, la amistad o los modales.

Quizás eran sus propios valores. Los valores de don Sito. Nunca le oí gritar. No recuerdo un solo castigo a mis compañeros.

Nos enseñó en aquellos ochenta lo que se enseñaba en primero y en segundo de EGB, las tablas de multiplicar, el aparato digestivo, las palabras trisílabas, el sistema solar y todo.

Pero también nos enseñó muchas más cosas de las que quizás no nos dábamos cuenta con seis y siete años.

Cuando necesitábamos de él le llamábamos maestro. «Maestro, no veo la pizarra». Maestro, no me sale la suma». Hoy me pasma la facilidad con la que se le llama maestro a cualquiera.

Creo que maestro es una palabra que debería estar reservada a personas como don Sito. Mi primer maestro. El maestro con mayúsculas.

Hace unos días contacté con él para pedirle un testimonio para un reportaje sobre las escuelas antiguas. Por teléfono me reconoció por mi nombre. Aluciné.

Nos vimos al cabo de un rato en el viejo colegio de Fabero donde me dio clase hace 30 años.

Está igual que entonces. Solo tiene el pelo un poco más gris. Igual de amable, igual de elegante e igual de buena gente. Se lo dije. «Tu estás más alta», bromeó. Retrocedí tres décadas de golpe a unos años que recuerdo maravillosos.

Por maestros como don Sito, hoy respeto al máximo la tarea y el oficio de los maestros de mis hijos. Eso, junto a las palabras trisílabas, me lo enseñó él. Quizá, sin que ni uno ni otro nos diéramos cuenta. Gracias por todo, maestro.
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