05/04/2020
 Actualizado a 05/04/2020
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Tal vez uno de los modos más felices de pasar el tiempo de la cuarentena sea encender el ordenador, buscar el programa Google Earth, y viajar por el planeta. Para quienes somos aficionados a la geografía, este invento es un relato de Borges convertido en realidad. Y aún más. Poder ver el mundo entero, bosque por bosque, calle por calle, roca por roca, isla por isla… es algo que resulta mucho más que fascinante. Entra de lleno en lo increíble, pero es totalmente cierto. Y al alcance de un click.

Cada uno puede elegir un destino. Si uno quiere conocer Nueva York tan exhaustivamente como los neoyorquinos tiene el método que lo hace posible en la pantalla del ordenador. Y quien dice Nueva York dice cualquier ciudad occidental, y muchas orientales, incluso africanas. Porque el programa ha ido ampliando su oferta. Las urbes sudamericanas, salvo unas pocas (por lo general, las de regímenes dictatoriales como Cuba o Venezuela) también se pueden explorar. Y las playas más remotas, los bosques más apartados, los lagos del fin del mundo. Además, hay fotografías de todas partes para enriquecer aún más la aventura.

Últimamente frecuento mucho las ciudades de los países euroasiáticos que antaño formaron parte de la URSS: Armenia, Georgia, Azerbaiyán, Turkmenistán… Pero cualquier lugar es bueno para satisfacer nuestra curiosidad. Lo mismo da Cochabamba, en Bolivia, que Rovaniemi, en Finlandia. Ahí están las calles, las gentes que pasan por esas calles, sus quioscos, sus bares, sus tiendas, su orden o su abandono. Google Earth es un acicate para la reflexión y para la verdad. El otro día deambulé por los arrabales de Accra, en Ghana, y fue una experiencia hermosa y triste a la vez. Porque vi la realidad de las inmensas barriadas pobres que rodean el centro de las ciudades subsaharianas. Realidad injusta y ardua. Explicación de por qué tantos jóvenes de esos países sueñan con vivir en Europa.

Pero también se pueden hacer viajes más cercanos, no menos apasionantes. Recorrer los altos valles bercianos es formidable. Por ejemplo, el que arrancando en Páramo del Sil llega hasta el frondoso pueblo de Salientes, después de bordear el embalse de Matalavilla, uno de los menos conocidos de la provincia. También, claro, se puede viajar por la Cabrera, saber cómo es su entraña de aldeas y montes. O por la Somoza berciana. Por el alto Curueño o por los pueblos cercanos al Teleno. Todo es posible, todo es acicate para el corazón viajero. Y sin salir de casa, que no se puede.
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