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Gobernador de León por unos días

José Luis Gavilanes Laso
23/02/2018
 Actualizado a 17/09/2019
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No todos los años tienen un 29-F, pero sí un 23. En el de 1981 un golpe militar estuvo a punto en España de abortar una balbuciente democracia después de 40 años de férrea dictadura. El de 1936 supuso el nombramiento de un nuevo Gobernador Civil de León. Se llamaba Hipólito Rafael Romero Flores (1885-1956) y era Catedrático de Filosofía en el Instituto Padre Isla, presidente del Ateneo Obrero Leonés y autor de media docena de libros, entre otros títulos y como más destacados: ‘Perfil moral de nuestra hora’ (Madrid, 1935) y ‘Biografía de Sancho Panza. Filósofo de la sensatez’, prologado por Julián Marías y premio Aedos de Biografía, (Barcelona, 1951). Republicano de ideas moderadas, afiliado a Izquierda Republicana, el partido de Azaña, tras el levantamiento militar del 36 fue depurado de la enseñanza y recluido en San Marcos. Estaba acusado de pertenecer a la Institución Libre de Enseñanza, adscrito a la masonería y otros cargos. Gracias a una orden de traslado a Valladolid emanada del Ministerio de Orden Público, que regentaba Severiano Martínez Anido, y la intervención de la segunda esposa de éste Irene Rojí Acuña, Romero Flores se salvó de ser ‘paseado’. En mi opinión, la posible relación se debe a que la esposa de Romero Flores, Emilia Bueno, era hija de Vicente Bueno Langa, oficial militar compañero de Martínez Anido durante su estancia en Filipinas en 1897.

Romero Flores, que había rechazado previamente el cargo de Gobernador Civil de Huelva, fue gobernador interino en la provincia de León por veinte días, a contar desde el 23 de febrero de 1936. Las cosas andaban revueltas por León y, al parecer, la autoridad máxima vigente, Luis Pardo Argüelles, se mostraba incapaz para remediarlo. Tres o cuatro días antes de que se posesionase Romero Flores, la cárcel fue objeto de un intento de asalto, así como el edificio de la Guardia Civil. La noche anterior a su toma de posesión, otro intento de asalto a la cárcel revistió suma gravedad y estuvo León a punto de ser escenario de una verdadera tragedia. El gobernador sustituido había perdido la autoridad, al punto de no poder asegurar el orden público. Romero Flores será sustituido por Emilio Pérez Francés, que no tardaría unos meses después de ser fusilado junto con otras 14 personas, autoridades, sindicalistas y periodistas, concretamente el 21 de noviembre de 1936.

El día 21 de febrero había contactado con Romero Flores el entonces ministro de Hacienda, el astorgano Gabriel Franco, antiguo amigo suyo y compañero de estudios. En vista de las noticias de que el Gobernador Civil comunicaba respecto al quebrantamiento del orden y de su autoridad, era necesaria su sustitución inmediata, y le rogaba encarecidamente tomase el mando interino de la provincia durante los dos o tres días en que tardaría en llegar el gobernador en propiedad. Romero Flores se negó rotundamente a aceptar el cargo, ni siquiera con el aspecto de interinidad que se le decía. Y no pasó más hasta las diez de la mañana del domingo 23, en que desde la Presidencia del Consejo se le ordenó telefónicamente hacerse cargo inmediatamente del Gobierno Civil, en vista de los sucesos de la noche anterior, recordándole que ello estaba dentro de sus deberes como funcionario público. La orden tuvo que cumplirse, pero, eso sí, con la promesa de una inmediata liberación de la desagradable carga. Para Romero Flores –según confesó más tarde cuando se le imputó como cargo haber aceptado el nombramiento– pretextar una enfermedad que oponer al mandato, hubiese sido, además de cobarde, antipatriótico. León estaba en aquellos momentos en grave convulsión social y política, como el resto de España en los aledaños de una guerra civil, para que un hombre amante de la autoridad y de la paz social escamotease su contribución y esfuerzo, aun a costa de realizar el sacrificio más grande que había hecho hasta ahora en su vida.

Romero Flores tomó posesión del Gobierno Civil a las diez de la mañana del domingo 23 de febrero y desde aquella fecha hasta el momento de su sustitución tuvo la suerte de que en la capital y en la provincia no hubiese graves altercados. En su pliego de descargos a la acusación de haber aceptado el cargo, cuando fue interrogado, confesaría lo siguiente: "Tengo la seguridad de que no habrá una sola persona en León que no esté enterada del inmenso sacrificio que me impuse en favor de la seguridad de mis convecinos, y de los días amargos que viví hasta que por fin fui sustituido por el gobernador nombrado en propiedad, no a los dos o tres días como se me prometió, sino a los veinte. Con satisfacción puedo decir que a costa de mi tranquilidad y la de mi familia presté un obligado servicio a la tranquilidad del pueblo leonés, y esta satisfacción me la han hecho sentir con sus palabras y sus demostraciones las personas de orden que durante mi gestión y después de ella cambiaron conmigo impresiones al efecto".

Le interesó mucho consignar en la declaración que su designación no fue debida a intercesión del Frente Popular, más bien todo lo contrario. Desde su despacho oficial recriminó a destacados miembros de la Comisión del Frente, decisión que concitó contra él la animadversión del Frente Popular, que solicitó telegráfica y reiteradamente su destitución.

Durante los veinte días de su gestión al frente del Gobierno Civil, además del orden público, Romero Flores procuró que la vida leonesa adquiriese el tono de moralidad que desgraciadamente le faltaba. En el citado pliego de descargos declara sobre su actuación en la capital leonesa: "Se impusieron sanciones pecuniarias a varios individuos, entre ellos a un maestro nacional por realizar actos de probado indecoro. Fueron multados inapelablemente los tres establecimientos de la capital en donde se jugaba desde hacía tiempo, sin que nadie se hubiese preocupado de evitarlo de manera eficaz. Al dueño de un café céntrico, en el que bajo pretexto artístico se toleraba una porción de porquerías en el escenario, se le multó igualmente, prohibiendo la continuación del lamentable espectáculo. Ordené la clausura de un desdichado ‘cabaret’, cuyos artistas y público hacían imposible, con sus frases y desvergüenzas la tranquilidad de los vecinos, entre los cuales estaban las siervas del convento de la Plaza de San Isidoro. Por cierto, que según me enteré después, el tal ‘cabaret’ fue abierto nuevamente a los pocos días de cesar yo en el cargo. En fin, creo que cumplí con mi deber, no solo en el orden ciudadano, sino también en el aspecto moral, tan importante o más que el anterior".

"Todo esto puede ser confirmado por personas y entidades que están dispuestas a sostener hoy su opinión de entonces. Repito que me cuesta gran trabajo el tener que hablar tanto de mí, haciendo una defensa que siempre creí la harían por mí las personas responsables y decentes del campo derechista que extremaron entonces y después los elogios por mi gestión. El enorme sacrificio que se me exigió lo cumplí lo mejor que pude, mucho más cuanto que el cargo que se me ordenó ejercer por dos o tres días se prolongó hasta el número de veinte, durante los cuales solamente dejé de dar dos clases en el Instituto. El haber puesto mi tranquilidad y mi comodidad personal al servicio de la Patria y del orden de la provincia, durante aquella amarga temporada, en un cargo que siempre había repugnado, constituía para mí un doloroso desplazamiento de mis amores favoritos, la familia y los libro".

Hipólito Rafael Romero Flores estuvo encarcelado en Valladolid hasta finales de 1938 y no se reintegró a su cátedra de Filosofía hasta 1947, no siéndolo ni al Instituto José Zorrila de Valladolid, ni al ‘Padre Isla’ de León, como era su deseo, sino al ‘Jorge Manrique’ de Palencia. Murió víctima de la enfermedad Charcot-Marie-Tooth en Madrid el 27 de noviembre de 1956, atendido por su amigo Gregorio Marañón. Se le dio tierra en la Sacramental de San Justo, donde descansan entre otros prohombres de las letras, Larra, Espronceda, Bretón de los Herreros, los hermanos Quintero y López de Ayala.
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