17/05/2020
 Actualizado a 17/05/2020
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Para reconstruir esta comunidad autónoma, haciendo gala de una unidad política que ponen como ejemplo para el resto, la primera medida que se les ha ocurrido a PSOE y PP es crear un grupo de trabajo en Las Cortes de Castilla y León. Viendo que allí las comisiones de investigación no investigan demasiado, es una auténtica cuestión de fe esperar que los grupos de trabajo trabajen. Ahora empezarán los debates sobre quién se sienta en esa mesa y quién no y, cuando se hayan resuelto, después de gastar ríos de tinta y toneladas de cordura y prudencia, es previsible que surjan problemas de agenda entre la mesa por Castilla y León y la mesa por León. Menos mal que la desescalada regula el uso de las mesas.

De las pocas certezas que hasta ahora aporta la crisis del coronavirus es que su propagación ha sido mayor donde mayor es la densidad demográfica. Madrid y Barcelona han sido los grandes focos. La excepción a esta obviedad viene marcada por Castilla y León, la comunidad autónoma española de mayor tamaño (es la más grande de Europa) pero la de menor densidad demográfica. Muchos encuentran la explicación en la estampida de las grandes ciudades cuando se anunció que se iba a decretar el estado de alarma, aunque es de suponer que quienes buscaron refugio en su tierra de origen o en su segunda residencia se irían en igual o mayor medida a Extremadura, Andalucía, Cantabria o Murcia; otros, en el envejecimiento de la población, aunque la comunidades más envejecidas de España son Asturias y Galicia; regiones, todas ellas, que han podido contener mejor los envites de virus. Y achacar la propagación y la letalidad que aquí ha mostrado la pandemia al respeto de los ciudadanos a las medidas de confinamiento tampoco parece demasiado razonable, pues es previsible que el comportamiento de un vallisoletano no será ni mucho mejor ni peor que el de un gaditano.

Ante una situación excepcional, en la que no se sabe si es mejor que tome las decisiones un epidemiólogo o un guionista de Hollywood, los errores cometidos por los gobiernos resultan inevitables aunque para muchos sean también incomprensibles. Erró el Gobierno de la nación y erraron los gobiernos autonómicos, y también en algo habrán acertado todos ellos por mucho que nos duelan las cifras de fallecimientos. Lo que parece evidente es que, más allá de densidades y envejecimientos, ante la pandemia se han defendido mejor las comunidades de menor tamaño, y en este sentido Castilla y León parece un gigante al que sus órganos vitales no se le han desarrollado de forma proporcional. Sin remontarse a los motivos históricos, sin entrar a analizar el hundimiento del padrón, sin debatir sobre identidades, sin ni siquiera buscar culpables, sin ver más fantasmas que la propia desolación (harían falta demasiadas mesas y ni siquiera hemos llegado a la fase 1), sin agitar banderas, parece necesaria una reflexión sobre si esta comunidad autónoma resulta operativa o todo lo contrario. Lo venía advirtiendo el Instituto Nacional de Estadística y en los últimos dos meses lo ha demostrado de forma muy cruel el coronavirus.

Ahora Castilla y León se queda atrás junto a las grandes urbes en los escalones que conducen hacia la normalidad, nueva o vieja, y si la situación aquí ya era más que preocupante va a pasar a ser directamente dramática, pues entre las regiones «desfasadas» es lógico pensar que la recuperación será mucho más rápida en los que son motores económicos del país, aunque por país cada uno considere el suyo.

Ahora nuestros dirigentes se quieren convertir en un ejemplo de prudencia, prudencia que, ya de puestos a sentar cátedra, nos hubiera venido muy bien en sus titubeos para suspender las clases cuando estalló la epidemia. El vicepresidente y la consejera del ramo, ambos médicos de profesión, dicen que la mejor medicina es la prevención, aunque para saber eso no haga falta estudiar Medicina. Para no traicionar el conservadurismo que ha marcado la historia de esta tierra, sólo se atreven a dar un paso cuando se dan cuenta de que van a ser los últimos. Ante la inmensidad del territorio, han convencido al Gobierno para hacer una desescalada asimétrica. Sin inmutarse, nos han pedido que cada uno de nosotros tengamos conciencia de cuál es nuestra zona básica de salud, algo que resulta complejo si lo normal es que uno ni siquiera sepa bien dónde termina su pueblo y empieza el siguiente. Se entiende, claro, porque en la Junta de Castilla y León están habituados a los retos imposibles: también llevan cuarenta años pidiéndonos que tengamos sentimiento de comunidad.
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