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Geometría del paisaje leonés

14/02/2016
 Actualizado a 19/09/2019
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En ‘Notas de andar y ver’, compilación de textos de viajes, pensamientos y escritos a vuelapluma, el filósofo José Ortega y Gasset descubre una particular geometría de la meseta «para uso de castellanos y leoneses» durante un viaje en tren de Madrid a Asturias. Según esa geometría, la vertical sería el chopo, el árbol por excelencia de la meseta norte de España, sobre todo en las orillas y en las vegas de los ríos, la horizontal sería el galgo, ese animal tan estilizado que parece una raya dibujada en el paisaje, y la oblicua la silueta del labriego inclinado en el horizonte sobre el arado en la cima tajada de un otero. «¿Y la curva?», le pregunta retóricamente el compañero de asiento al filósofo para que éste puedo exclamar, cerrando su peculiar teoría de la geometría del paisaje de la meseta: «¡Caballero, en Castilla no hay curvas!».

Eso es a la altura de Sahagún, donde el filósofo atisba también, en el anochecer de la vega del Cea, otra fantasía visual: dos lunas repetidas en el cielo, la de verdad y la que se refleja en la ventanilla del tren, aunque en seguida el periplo de éste le obligará a reconsiderar su afirmación anterior de que en la meseta no hay curvas. A medida que el tren, dejada León, se interna en la cordillera cantábrica por los angostos desfiladeros del alto Bernesga y entre las cumbres que cierran el paso hacia Asturias, Ortega empieza a ver que su teoría geométrica del paisaje de la meseta ya no se corresponde con la realidad; al contrario, de repente descubre que su mirada ha de habituarse a un nuevo paisaje, que no es el llano e infinito de la llanura terracampina sino el impresionante y soberbio de la montaña leonesa. El viajero, dice el filósofo, ha de aprender a mirar de nuevo como ha de hacerlo con el oído cuando se enfrenta en otro país a una nueva lengua, pues el paisaje ha cambiado radicalmente. Entre las angosturas de los pasos de montaña y entre la vegetación que comienza a llenar el paisaje de bosques y brumas grises, la vista ha de atarse corto, pues el paisaje ya no se extiende hacia el infinito como en Sahagún, sino que se levanta contra el cielo y se retuerce como en una tempestad geológica que hace al viajero sentirse disminuido como aquel personaje de Friedrich que mira el mar en medio de una tormenta. La primera impresión de Ortega y Gasset, pues, de que en la meseta no hay curvas hubo de cambiarla pronto por otra más ajustada a la realidad: el chopo, el galgo y la silueta del labriego sí (el galgo principalmente en tierras del sur y la silueta del labrador ya sólo en las fotografías antiguas), pero sin la curva el paisaje de León estaría incompleto y, por lo tanto, su geometría.
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