Gente en sitios sin hacer cosas

Estoy sufriendo, llega el verano y va a ser un no parar de mirar el móvil. Porque tengo amistades que parece que se comportan como para protagonizar aquella película de Juan Cavestany tirando a gilipollez que se llamaba «Gente en sitios». Son ‘amigues’ que se fotografían cada día en un sitio nuevo y lo ponen en un estado o en el perfil del Whatsapp y así me tienen entretenidísimo (porque son almas inquietas, que viajan y disfrutan de diferentes aficiones) pero no quita para que me apetezca zurrarles por esto que hacen.

Su relación con los lugares es muy singular. Es gente en sitios sin hacer cosas (como toda la vida se tiraron las fotos, por otro lado, nada de yo cocinando, yo fregando, yo domando). Son personas que paran un momentito cada día varias veces estén donde estén para la foto de rigor. Es como si hubiese una filosofía detrás, pero nunca les he preguntado por ello (la obligación profesional de recabar la postura de aquel del que vas a rajar a mí ni me roza). O quizá haya una performance en curso, de esas tirando a largas, toda una vida menos un poco. El poso documental que dejan sobre su existencia es tremendo. Quizá quieran ser replicados en el futuro por máquinas. O quizá ha resucitado el colectivo leonés secreto que se llamaba así, Gente en sitios, y que organizaba saraos molones convocando a los asistentes afortunados clandestinamente por ‘mail’, y estos se postulan para participar.

Los fotografiados de los que hablamos no sufren especialmente por su aspecto. No es peña que use el filtro Bold Glamour que tanto induce a la peligrosa dismorfia y al querer parecerse a tu yo filtrado. Pero lo pasan mal si dejan transcurrir una jornada sin foto. Seguramente la mitad de las veces no saben lo que tienen a su espalda y cualquier día les coma el coco (por detrás). Revisarán las fotos dentro de un tiempo y negarán haber estado allí. Dirán que aquello fue un croma que les pusieron en una feria de educación o algo así. Pobre gente en sitios sin hacer cosas.