Generales y partisanos

Las condiciones eran muy adversas, el viento de la economía azotaba a los más desfavorecidos. Muchos habían perdido derechos, oportunidades, recursos, comodidades, libertades. Miraban hacia quienes les dirigían buscando una señal que les indicara qué debían hacer, cómo debían actuar. Confiaban en esos generales dirigentes aun a pesar de que había indicios claros de su continua falta de escrúpulos a la hora de enriquecerse ilegalmente o, al menos, de usar recursos generados por vías alegales para perpetuarse en el poder. De pronto las señales enviadas por los generales dirigentes de ambos bandos (o tres, o…) llegaron. Esas señales fueron en todos los casos las mismas. Animaron a todos los partisanos (o ciudadanos) a envolverse en un trapo multicolor que tapara sus vergüenzas (las de los generales dirigentes). Les convencieron de que lo que ellos querían (los dirigentes generales) era lo mismo que querían los milicianos (en este caso ciudadanos de a pie), sin reparar (los ciudadanos) que lo que ellos necesitaban y lo que querían y necesitaban los generales dirigentes eran cosas opuestas. Una vez convencidos los ciudadanos, consiguieron, los generales dirigentes, que envueltos en esos trapos barrados o franjeados (tanto da), salieran a la calle a gritar pidiendo lo que más les interesaba (a los dirigentes generales que no a los ciudadanos). Mientras tanto sus vergüenzas (las de los generales dirigentes) quedaban cubiertas por el manto de una multitud (o multitudes) debajo de una bandera, o de muchas banderas. Para cuando quisieron darse cuenta (los ciudadanos milicianos) de que solo luchaban por mantener los privilegios de los otros (los dirigentes generales) y no por los suyos propios (los de los ciudadanos) ya era demasiado tarde. Ellos, los ciudadanos seguían igual de mal o peor que al principio, mientras que los dirigentes estaban mejor que nunca, incluso comían del mismo plato (los de los diferentes bandos) y seguían robando a los ciudadanos (de todos los bandos).