24/10/2021
 Actualizado a 24/10/2021
Guardar
¿Qué tienen que ver la salud mental, unos podencos y una mujer de un pueblo leonés? Aparentemente nada, salvo que se mastique todo a la vez y acabe pareciéndolo.

Cuenta la fábula de Iriarte ‘Los dos conejos’ que cuando un conejo corría despavorido, otro que salía de su madriguera le pregunta de qué huye. Al responder que le persiguen dos galgos, el otro mira a los lejos y asegura que son podencos y mientras se enfrascan en ese debate son alcanzados por los perros. Nunca sabremos si eran galgos o podencos pero sí que suponían el mismo peligro y los conejos, en vez de evitarlo, perdieron un tiempo precioso que les costó la vida.

Esta fábula me vino a la cabeza al seguir durante días la agónica odisea de los podencos aislados por la lava y cómo eran alimentados desde el aire mientras preparaban su rescate, con la inevitable tensión de comprobar si llegaría antes la salvación de los humanos o la muerte entre la lava.

Al mismo tiempo, en un pueblo leonés, Pilar aguarda a su hijo. Dicen que es una mujer de armas tomar, que tiró por tres hijos tras enviudar y nadie la vio achicarse ni pedir ayuda. Que lo mismo cogía el coche de línea y se present aba en León a cualquier cosa, que aporreaba la puerta del médico gritando que a ella no le sobraba el tiempo, tenía a los tres niños encamados y la comida sin hacer. Cada mañana a las ocho en punto tocaba a retreta y todo el pueblo la oía batir huevos con la ventana abierta, por lo del tufo, porque sus chavales desayunaban huevos y panceta, como Dios manda. Y por las noches nacían unos bordados de sus manos que parecía tener un ángel en ellas.

Pero hoy Pilar sólo aguarda a su hijo para que la lleve de regreso a casa. Ese hijo que no sabe cómo, consigue que el médico llame, tres días después de necesitarlo, y ella le cuenta por teléfono que siente un no sé qué… El mismo hijo que la recoge temprano y la deja a quince kilómetros de casa haciendo gestiones que antes resolvía ella sola en un santiamén. Antes de que desaparecieran el coche de línea, el consultorio y el banco. Ni siquiera hacer ese trayecto en busca de los servicios fugados mermó su energía.

Pero hoy Pilar, la de armas tomar, se rompió. Su hijo la encontró llorando sentada en la plaza, después de pasar la mañana deambulando, sin poder arreglarse el pelo ni hacer la compra del mes porque se le atravesó lo del cajero y ya no se atreve a pedir ayuda al ‘humano’ de dentro, que la última vez… Y ya de estar, intentó sin éxito ver al médico para explicarle ese no sé qué que siente… Tampoco arregló lo de la luz porque le dieron un papelito que ponía www.estafadores.com y dijeron que entrara allí, pero a ella las www le asustan y no sabe por dónde se entra.

Hoy, mientras televisan de nuevo esa operación pionera en España que supuso trasladar a La Palma un equipo de Humanos, dos toneladas de equipamiento y 60.000 euros de coste, para alimentar a unos perros, una mujer de setenta años deambulaba por un pueblo, como un perro abandonado, sin que un ser humano le ayudase a hacer una sola gestión de las que tenía previstas y sin drones ayudándola desde el cielo.

Y mientras Pilar, la de armas tomar, regresa a casa encogida como una niña con ese no sé qué más grande que nunca, una tristeza de origen desconocido instalada en el cuerpo y con una voz pequeñita repitiendo «ya no vale una pa nada», la televisión dice que es el Día Mundial de la Salud Mental y la OMS advierte que las presiones socioeconómicas, los cambios sociales demasiado rápidos, la exclusión social y las violaciones de los derechos humanos, están atacando seriamente la salud mental de las personas. Para saber esto no hacen falta tantas siglas. Basta con mirar a Pilar y lo que han hecho de ella.

¿Quién le quita ahora el miedo y la vergüenza que siente y la angustia provocada por la hostilidad con que es tratada? ¿Y quién le confiesa que por ser incapaz de subirse a la tecnología ha sido excluida del mundo? Y cómo va a acabar el bordado si con ese temblor de manos, las puntadas salen largas y torcidas y además, estaba bordando un rostro y no recuerda cómo eran las caras con labios y sonrisas…

Se ocupará un psicólogo, seguro. Legiones de psicólogos, espero que presenciales, para paliar la ansiedad provocada por la ausencia de humanos en sus puestos de trabajo, prestando los servicios públicos que pagamos.

Efectivamente, viendo la deriva que toma esto, nuestra salud mental corre serio peligro y si seguimos permitiendo, cada uno en su isla, que nos sigan robando servicios; si nos convertimos en mendigos de una atención humana a la que tenemos derecho y si seguimos debatiendo si son galgos o podencos los perros que están mordiendo nuestro bienestar social y mental, acabaremos todos locos o muertos.

Aunque teniendo en cuenta que el mundo está boca abajo, en el tiempo de escribir esta columna la fábula de Iriarte se fue al traste, los podencos desaparecieron por ciencia infusa y buscándolos a ellos, aparecieron vivos los dos conejos… igual hay esperanza.
Lo más leído