Gabriel Quindós: "Me alejo de los cánones de los libros de viajes"

El autor leonés presenta este jueves (20:30 horas) en la librería Tula Varona (Ruiz de Salazar, 18) su nuevo libro, ‘Caminos desiertos, cielos cercanos’, editado por Mr.Griffin

David Rubio
23/09/2020
 Actualizado a 23/09/2020
Autorretrato de Gabriel Quindós en el río Madre de Dios, en Bolivia.
Autorretrato de Gabriel Quindós en el río Madre de Dios, en Bolivia.
Dice que llevó bien el confinamiento pese a ser un viajero empedernido. De uno de los últimos nace ‘Caminos desiertos, cielos cercanos’, un singular recorrido por Bolivia alejado no sólo de los cánones del turista, sino también de la literatura de viajes convencional. Gabriel Quindós, leonés, escritor, viajero, intelectual... añade a su relato las ficciones que encuentra por el camino y, a través de los cuentos, cuenta mejor que de ninguna otra forma lo que pasa en sus destinos. Su nuevo libro, exquisitamente editado por el sello leonés Mr. Griffin, se presenta mañana jueves (20:30 horas) en la nueva librería Tula Varona (calle Ruiz de Salazar, 18).

– ¿Cómo lleva un viajero empedernido como usted estar ‘confinado’ por la Covid?
– En mí, la queja está de más, pero rebato las lecturas positivas. Es insignificante trastorno quedarse en casa con libros, Internet y comida, lo que pesa es, además del dolor causado por la enfermedad, presenciar cómo se derrumba el sustento y modo de vida de tantísimos a nuestro alrededor y ver languidecer a una ciudad como León, ya convertida en un marchito paisaje de locales cerrados y vacíos.

– ¿Por qué elegió Bolivia para ambientar este libro?
– En esta trilogía iniciada en Asia, el continente americano sería el siguiente destino. Busco territorios económicamente desfavorecidos, un tanto ignorados, escasamente visitados, razonablemente seguros y, también, que me resulten baratos para un largo periplo.

– ¿Qué sabía de Bolivia antes de realizar el viaje?
– Sobre Bolivia atesoraba un buen un puñado de nociones equivocadas. Se trata de un país grande, la suma de Francia y España juntas, en el que apenas vivían unos nueve millones de personas, y dos tercios ellas apiñadas en dos ciudades. Se me ofrecía así un vastísimo territorio apenas poblado en el que se pueden recorrer docenas de kilómetros sin ver gente a través de unos paisajes de una belleza subyugante. Obsesionado con el Altiplano, su rostro más popular pese a ser el menos extenso, fui descubriendo las llanuras de sabana del Oriente, los bosques prístinos y ríos majestuosos de la Amazonía o un sinfín de valles frondosos y espacios naturales protegidos. Hallazgos sobre su riqueza cultural y en torno al carácter orgulloso e indomable del pueblo boliviano acabaron por redondear el hechizo.

– ¿Quién fue el responsable de que le empezara a interesar sobre todo la literatura de viajes? ¿Le interesa también como lector o es simplemente el género que prefiere a la hora de escribir?
– Los cánones de los libros de viaje me sirven para distanciarme de ellos. Quien se adentre en la lectura de ‘Caminos desiertos, cielos cercanos’ nunca sabrá qué itinerario siguió mi viaje, cómo llegué a los sitios o cuánto me quedé, dónde dormí o comí, quedarán sin mención lugares que visité, rara vez sabrá de mi día a día o de las personas que traté. En la pequeña parte que dedico al viaje, escrita años después para desterrar lo anecdótico que pueblan los diarios, mi camino ha sido abstenerme de describirlo, apenas será una evocación íntima y sentimental del aire de aquellos lugares que alumbraron la génesis de los relatos, grueso y razón de ser del libro.

– ¿La proliferación de turistas por todo el mundo y procedentes de todo el mundo ha hecho que desaparezca el viajero como tal?
– Cada uno es libre de darse las ínfulas de viajero que quiera, pero los lugareños tienden a ponerle a uno en su sitio. Lo ilustraré con una anécdota vivida en un rincón de la Amazonía boliviana donde se referían a mí como turista. Llevaba yo una semana sin toparme con extranjero alguno. Comentándoselo a la dueña de la pensión, esta me dijo que «harto turistas» les visitábamos. Al ponerlo yo en duda, replicó: «Muchos: el año pasado vinieron dos alemanes». Aceptada la generalización, establecer grados daría para un largo tratado no exento de ironía.

– ¿Cree que se conoce mejor un determinado lugar a través de la literatura que de una guía de viajes?
– Entre las abundantes circunstancias felices que rodearon a mi viaje figura que, debido al muy reducido número de quienes visitan el país, no existiera entonces ninguna guía de viajes en castellano de Bolivia. Ello favoreció que evitase la fruslería de ver mucho sin profundizar en nada. No sé si me explico.

– ¿Qué aporta a un narrador la mezcla de géneros de viajes y cuentos como la que se aprecia en tu nuevo libro?
– Me aporta desazón, una inextinguible desazón, un maldecir el día en el que uno aventuró que sería una buena idea que a todas luces sortearía el encasillamiento. Un abismo de dedicación y desvelos separa describir, por ejemplo, los perfiles de un pueblo misional de Bolivia de imaginar todo un relato de ficción de treinta páginas, verosímil y documentado, ambientado en sus calles polvorientas. Este sobreesfuerzo, sospecha uno, nunca será valorado ni comprendido ni tiene por qué serlo. El lector, ajeno a mis quebrantos, tan solo ha de atender a lo afortunado o no de las fabulaciones narradas.

– ¿Podría escribir un libro de viajes de un territorio más cercano y conocido, o necesita salir de tu zona de confort para poder escribir?
– En cuanto a literatura de viajes, lo cercano carece de la atracción seductora de lo desconocido y muy bien pudiera deslizarse hacia un costumbrismo del que huyo. Por supuesto, lo conocido se antoja como apropiado lugar para la ficción, el ensayo o las bifurcaciones del pensamiento.

– ¿Qué otros proyectos tiene en camino?
– Mi tiempo durante los próximos meses lo colmará sacar algún día a la luz el libro de Etiopía ya escrito que cierra la trilogía, una novela ambientada en Centroamérica también concluida y, entre mientras, retomar la escritura de otra novela ya comenzada. En fin, la cotidiana y solitaria convivencia con la imaginación, la reflexión y las palabras.
Lo más leído