27/02/2018
 Actualizado a 10/09/2019
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No es mi intención insultar ni ofender a nadie, pero, a veces, resulta difícil no enfadarse o no sentir indignación, viendo como se ven tantas cosas que no tienen pies ni cabeza. Así hay gente a la que por lo que hace podríamos llamarle ignorante; pero en realidad eso no siempre tiene por qué ser un insulto, sino una simple constatación, porque todos tenemos algo o mucho de ignorantes. Y el ser ignorante no debe ser nunca motivo de desprecio o discriminación.

Hay también malas personas, unas más que otras. El que esté limpio de pecado que tire la primera piedra. Todos hacemos cosas malas y siempre estamos necesitados de misericordia. Por supuesto que hay acciones tan malas que bien merecen el castigo correspondiente

Sin embargo, más allá de la ignorancia y la maldad, hay conductas y personas que merecerían otros calificativos. Uno de ellos podría ser el de tontos. De hecho hay una conocida emisora que todas las mañanas dedica una pequeña sección al llamado ‘desfibrilador de tontos’, en la que nunca faltan candidatos por las tonterías que dicen.

Particularmente en el mundo de la política y de otras muchas esferas sociales aumenta cada día el número de los que teniendo un poco de ignorantes, otro poco de malos y otro poco de tontos, merecerían un adjetivo calificativo especial que resuma mejor su condición. La verdad es que esa palabra existe desde hace ya bastantes años, desde finales del siglo XIX. Se trata de una palabra compuesta, cuya primera parte procede del árabe y la segunda de un castellano vulgar, pero que siempre se ha considerado malsonante y no parece políticamente correcta su pronunciación.

Pero hete aquí que hace algunos años un académico de la lengua propuso incorporarla al Diccionario de la Real Academia Española, obteniendo la aprobación de sus compañeros. Ignoro la identidad de dicho académico, pero obviamente era el responsable de la ‘g’ minúscula. Y gracias a él, aun a pesar de que nos sigue dando un enorme reparo pronunciarla o escribirla en público, nos conforta que haya sido reconocida por esa noble institución que limpia, fija y da esplendor. Por eso, aunque sea tímidamente, sabemos que esas personas, a veces tan ridículas, que no podemos decir que sean buenas, ni inteligentes, ni sensatas, y que son noticia casi cada día y cuyos nombres no hace falta señalar aquí, porque son de sobra conocidas, ya tienen un adjetivo con el que las pueda definir perfectamente: ‘gilipollas’.
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