03/10/2019
 Actualizado a 03/10/2019
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En 1909, el poeta y posterior ‘inventor’ del fascismo italiano, Marinetti, publicó en ‘Le Figaro’ el ‘Manifiesto Futurista’. No tenía ningún desperdicio. Aquí os pongo alguna de sus ideas: «Nosotros queremos cantar el amor al peligro, el hábito de la energía y la temeridad. Queremos glorificar la guerra, –única higiene del mundo–, el militarismo, el patriotismo, el gesto destructor del anarquismo, las ideas por las cuales se muere y el desprecio por la mujer. Queremos destruir y quemar los museos, las bibliotecas, las academias variadas y combatir el moralismo, el feminismo y todas las demás cobardías oportunistas y utilitarias». Hay muchos más deseos de esta índole en el resto del documento, pero no os voy a aburrir más. Pero cuándo lo he vuelto a leer para poder utilizarlo en esta columna, no he podido por menos de volver a reafirmarme en que no hay nada nuevo bajo el sol; en que las ideas más radicales, (o las más pacíficas, da igual), ya las dijo alguien mucho tiempo atrás. Aquí, ahora que parece que el terremoto de Podemos ya ha sido asimilado por la sociedad, la cosa se ha calmado bastante. Ya no nos dan la tabarra con aquello de «conquistar el cielo», de «rodear el Congreso», con la «Casta y la Susana» y con la puta que lo parió todo. Se han aburguesado, aunque, de vez en cuando, les sale el ramalazo del alma y nos vuelven a recordar estos y otros eslóganes parecidos con los que se ganaron una cierta notoriedad y muchos, muchos votos. A uno, la verdad, es que Podemos le importa una mierda, por lo menos en el plano político. No así en el social. Ahí sí que me interesa mucho. Todo nació en las jornadas del 15 de mayo, y fue un aldabonazo, tardío, bajo mi punto de vista, que sirvió para que la sociedad se levantase de una siesta que había durado demasiados años. Fue como un terremoto, pero bueno, necesario. Fracasó porque algunos listos metieron a la política por el medio. Cuándo la política toca o roza cualquier actividad humana, la degrada, la contagia de todos los vicios y pecados que lleva intrínsecos en su propia naturaleza. ¡Y no os digo nada de la idolatrada Democracia, máxima expresión de la política! Ya os conté alguna vez que los griegos, los inventores de esa suerte, llegaron a la conclusión que sólo era razonable y eficaz en comunidades en las que todos sus miembros se conocieran, se saludasen por la calle. Si la comunidad era más grande, pensaban que no tenía razón de ser, que acabaría siendo un fracaso. El 15 de mayo llegó con tanta fuerza, con tanto poder de persuasión, al menos para los jóvenes españoles, que creí de buena fe que alcanzarían su objetivo último: cambiar la sociedad desde sus cimientos. Hasta que se creó Podemos inmediatamente después. En ese momento, aquella maravillosa locura se institucionalizó y, como todas las cosas que el Poder hace suyas, perdió todo su significado. Y aquí tengo que decir que existe un culpable, con nombre y apellidos: Pablo Iglesias Turrión. Este señor es un narcisista de manual, como ha habido muchos otros en la historia. La gente atacada de esta enfermedad se cree elegida por los dioses para transformar la parte que le toca de la sociedad, o toda entera, lo que ya se convierte en peligroso. Lo irónico es que nadie le pidió nunca que cambiara nada; pero da igual: imbuido en una arrogancia a toda prueba, sólo escucha los cantos de sirena que él quiere escuchar, no los que ellas cantan realmente.

Pero no creáis que esta locura es patrimonio de la izquierda. En la derecha también abundan estos personajes. Tipo Abascal el de Vox, que es muy parecido a él. Y sus heraldos mediáticos son aún peores. Estos días les ha dado por ladrar en sus medios que la pobre Greta Thunberg es poco menos que una psicópata, a sueldo de unos ilusos que quieren conservar la tierra... La pobre Greta no es más que una niña con una idea maravillosa en la cabeza y a la que, por edad, por conocimientos, la cosa le ha venido demasiado grande. Aunque su idea, la que puede cambiar de verdad el mundo tal y como lo conocemos, es buena, enorme en su grandeza. Por desgracia corremos el riesgo, ¡otra vez!, que los poderosos la utilicen y que todo, por lo tanto, quede en agua de borrajas. Insultar, denigrar a alguien sin ninguna prueba es, desde luego, una vileza. Y todos sabemos que el compartimiento vil y rastrero es propio de los seres humanos roídos por la envidia y los prejuicios.

Resulta, también, chocante que el país donde menos se han manifestado los jóvenes para luchar por esa idea altruista y necesaria sea España. Aquí, por desgracia, a la gente le va más salir a la calle para protestar por cualquier cosa estúpida y con poco futuro que hacerlo para decir, en voz alta, la mierda de mundo que vamos a dejar a nuestros hijos y nuestros nietos. Es lo que da el campo.

Salud y anarquía.
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