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Futones en el corazón

05/07/2020
 Actualizado a 05/07/2020
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Antes de que la Avenida José Antonio se rebautizase como Gran Vía de San Marcos había en aquella un negocio llamado Futon Line. Yo alucinaba viendo sus futones, tan japoneses ellos,aunque Japón no era el país más cool del planeta todavía. Solo era quien fabricaba la mejor electrónica de consumo y los dibujos animados más calenturientos. En la tienda no cabían demasiadas piezas en exposición, porque altura no comen pero metros cuadrados unos cuantos por colchoneta, y eso ayudó a que los pocos que había se me quedasen en la cabeza para siempre, y en el corazón un tiempo.

A mediados de junio, dos parejitas mixtas muy unidas decidimos organizar una semana de vacaciones en la costa para agosto. Nos pusimos como locos a buscar un alojamiento que satisficiese las exigencias de los cuatro: que tuviese piscina, que tuviese dos camas de matrimonio, que estuviese cerca de la playa, cerca de un pueblo y lejos de basurales y aguas fecales. Con un presupuesto limitado tampoco teníamos demasiadas opciones. Parecía que todo el mundo estaba buscando lo mismo. De hecho, no encontrábamos nada que cumpliese al 100%. Había que prescindir de alguna de las condiciones. Yo era partidario de sacrificar las camas de matrimonio, los demás parecía que también. Y así, hubo una casa que se erigió como la mejor candidata. Tenía, además de una buena parra a la entrada para dar sombra, una cama de matrimonio (que yo gustosamente cedía), otra de 1,10m, más dos habitaciones infantiles con sendas camas nido. Los demás titubeaban pero a mí se me ocurrió la gran idea. Primero tímida y luego que como pájaro carpintero repetía cada poco en el grupo de whatsapp que hicimos. Consistía en montar para nosotros un futón a tope de prestaciones. Contaba con cinco colchones y algunas sábanas blancas y cinco almohadas. Solo faltaba la cachimba.

Como era de cancelación gratuita durante los primeros quince días, reservé la casa sin compromiso, ante el riesgo de no hallar nada mejor y perder esa. Pero mi heroína particular encontró días después algo que daba mejor solución a nuestras necesidades y finalmente nos decantamos por ella: dos plantas y fachada color crema, estilo ruso-levantino, para bajar a la piscina con esclava de gordos eslabones dorados los chicos y bata sobre el bañador las chicas.

Me llevé un poco de decepción porque veía que el momento futón (ese en que llegas, tiras las maletas y empiezas a volcar colchones en el suelo hasta te hartas de que no casen y lo único que puedes hacer es ponerte a saltar sobre ellos como si fueses un crío de cinco años) no iba a poder ser. Al menos lo intenté, pensé, y los futones volvieron a pasearse por mi corazón durante unos días.
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