Funerales por ‘streaming’

Espero que alguna plaza, una travesía o si quiera un callejón estrecho de las ciudades mudas esté guardando silencio también por los muertos de la pandemia. Al menos alguno de los aplausos además de para los sanitarios, fuerzas de seguridad, ejército, transportes, alimentación, farmacias o periodistas sea en recuerdo a los cientos de fallecidos que va dejando la mayor crisis sanitaria de nuestra historia democrática. Esta es una guerra en la que el enemigo somos nosotros mismos, porque el virus viaja en muchos casos de forma imperceptible y no hay a quién disparar, pero una guerra al fin y al cabo.

En todas las guerras se amontonan los cadáveres por la necesaria prioridad de mantenerse en pie y atender a los vivos. Mientras dura la batalla no importan apellidos ni la memoria. Y esta no es distinta. Los estamos apartando a la fosa común de las estadísticas, solo con la edad y sin nombre, para avanzar en eso que dice Pedro Sánchezde «doblegar la curva». Tantos muertos que si son ancianos alivian a los jóvenes y si son jóvenes también asustan a los mayores. Es la crueldad innata de la supervivencia.

Mientras se doblan los números como figuras de origami, mientras luchamos porque el virus se arrodille, van muriendo abuelos, madres, tíos o hermanas. Dejan de ser casos y pasan a ser familiares cuando los lloran en redes sociales ante la falta de empatía generalizada que nos está causando la emergencia. Solo en la plaza virtual donde ahora se desarrolla la vida están sus fotos, sus historias y el impotente dolor de los suyos. Sin un último beso en la mejilla. Con el tanatorio vacío y el negro en el salón de hogares rotos y confinados. Todavía son solo gráficas, médicos extenuados y camas vacías. Propongo un aplauso para los que ya han descubierto que esto iba en serio. Un abrazo de lejos que abrace fuerte a los olvidados por una sociedad que aun no tiene tiempo para recordarles. Hoy que lo necesitan. Hoy que ven el funeral por streaming como si fuera el concierto de Marwan.