Fu y Fa

José Ignacio García comenta la novela 'Los nombres propios' de Marta Jiménez Serrano

José Ignacio García
19/06/2021
 Actualizado a 19/06/2021
Marta Jiménez Serrano. | DAVID JIMÉNEZ
Marta Jiménez Serrano. | DAVID JIMÉNEZ
‘Los nombres propios’
Marta Jiménez Serrano
Editorial Sexto Piso
Novela
236 páginas
17,90 euros

Andaba yo enfrascado en la lectura de una novela que no me hacía ni fu ni fa, cuando en la radio empezó a sonar una de las canciones más famosas (o al menos una de las pocas que soy capaz de tararear) de Vanesa Martín, esa que dice que ‹‹de todas las mujeres que habitan en mí, hay algunas que yo ni conozco››. Y así me sentía yo, desconocido por mi mismo y tratando de darle oportunidades a un libro que no las merecía. Conque, escuchando esa canción, decidí reencontrarme con el crítico radical que, de vez en cuando, habita en mí; descarté la lectura a la que estaba dando demasiado cuartel y sentí que era elegido –aunque no lo creamos, son siempre ellos los que nos escogen– por un libro escrito por una autora que para mí era desconocida, una primera novela que empecé a leer con todo el recelo con que se afronta la lectura de una primera novela, con la prevención atemorizada que se siente hacia lo que se ignora, y más cuando uno viene de una mala experiencia que no quiere repetir.

Sin embargo, me bastó con desgranar el párrafo inaugural para que me resarciera del mal trago precedente, para que se encendiese en mi mente la luz de la atención expectante, para que intuyera que me estaba topando con una obra que más parecía escrita por una autora consolidada que por una novelista bisoña que, cuando menos, arriesgaba y ponía toda la carne en el asador desde el principio.

No conozco a la autora, pero intuyo que la novela tiene mucho de autobiográfica, desde el propio nombre de la protagonista, Marta –uno de los pocos que se desvelan en el inicio–, hasta las escenas que describe con una precisión pormenorizada y milimétrica. Por eso, enseguida la novela me recordó a todas las mujeres que habitan en Vanesa Martín, porque eran innumerables las Martas que habitan en el personaje de Marta. Y la primera, desde luego, era osada y hacía gala de un desparpajo (quizás) propio de la edad, ya que nada puede haber más arriesgado e insolente que iniciar una carrera literaria narrando en segunda persona, que es la voz más difícil para escribir y más tediosa (si no se emplea bien) de leer.Y, por si fuera poco (pero a esas horas ya intuía que el azar se había puesto de nuevo a enredar), la amiga, la conciencia, el fantasma, el alter ego que le hablaba a Marta se llamaba Belaundia Fu; y yo había empezado a intuir que la relación existente entre ambas sí que me iba a hacer «fu y fa».‘Los nombres propios’ es una novela magnífica. No sé si FUndamental, pero desde luego FAscinante. Marta Jiménez Serrano nos cuenta la historia de una mujer (en realidad no me importa en absoluto si es su propia historia o un prodigio de FAntasía) en cuatro etapas: la infancia, enclavada en los siete años, la adolescencia, centrada en los dieciséis, la juventud que se instala en los veintidós y la madurez que se alcanza rozando la treintena. A partir de ahí, Marta nos refiere situaciones en apariencia sencillas y cotidianas, nos habla de la familia, de los amigos, del amor, de la traición, de las incertidumbres, de los miedos, de la solidaridad, de los veraneos, de los Reyes Magos y de muchos más sentimientos, deseos y esperanzas que tan cercanos y profundos le resultan al ser humano.De esas cuatro etapas, las tres primeras están narradas en esa segunda persona a la que antes aludía, y la última, después de que Belaundia Fu se despida de ella para siempre, es la propia protagonista la que toma las riendas, empleando la primera persona para darle un desenlace más vivaz a la trama. En el primer episodio, Marta comprobará los inconvenientes de ser una hija, una hermana y una nieta mayor e imaginativa e inteligente. En el segundo, a los dieciséis, cuando su padre le da veinte euros para coger un taxi, encuentra el amor y descubre el sentido que tienen palabras como libertad, virginidad o salud, sobre todo cuando se pierden. A los veintidós su padre ya le da cincuenta euros y conoce la muerte, simbolizada en la persona capital de la abuela. Y así llega a los casi treinta, cuando decide, de una vez por todas…

A los dieciséis, Charlie, el muchacho que huele a baloncesto y con el que se acuesta por primera vez –FUlgurante la escena, poniendo en paralelo la refriega erótica con la proyección de ‘El largo adiós’, metáfora de despedida de un tesoro hasta entonces conservado–, nos advierte de que Marta es exhaustiva, de que tiene que llegar al final de todo. Y esa FAcilidad a la hora de pincelar hasta los detalles más insignificantes, atrapa y cautiva al lector. Como lo hacen sus frases vertiginosas, concisas y adhesivas, o su rotundidad comparativa –algunos besos son como una traqueotomía– o su sutileza para definir a los personajes: «(la abuela) se va a echar la siesta, pero nunca se duerme. Solo se tumba en su cama, siempre en su lado de la cama; aunque el abuelo ya no esté, no es capaz de ocupar el centro del colchón».

Y, por si los aditamentos ofrecidos no son suficientes. Uno no deja de preguntarse por qué –si la abuela es la abuela, mamá (la figura que de tan inminente parece invisible) es mamá, papá es papá, Simba es la hermana o «el niño» es el hermano pequeño– la novela tiene el título que tiene. Pero la respuesta a ese enigma, también la deja la autora para el final.

Piensa la protagonista «que escribir y limpiar se parecen mucho: ambas consisten en sacar mierda». Pero ella misma se lleva la contraria y escribe una novela absolutamente delicada y recomendable, una novela que pregona a una autora FAstuosa y cargada de FUturo. Una novela que no deja de hacer «fu y fa».

José Ignacio García es escritor, crítico literario y coordinador del proyecto cultural ‘Contamos la Navidad’.

Archivado en
Lo más leído