06/10/2019
 Actualizado a 06/10/2019
Guardar
San Froilán es sinónimo de morcilla y frutos secos. Concretamente avellanas. Y no sé qué tienen las avellanas para mis paisanos, porque a mi parecer solo están buenas hechas Nocilla. Otros frutos secos, sin embargo, sí están ricos en todos sus tratamientos. Las almendras lo están, crudas o saladas. Las nueces también, pero es verdad que alcanzan su mejor sabor tostadas. Y qué decir de los cacahuetes, ahora que Mercadona parte la pana con una nueva crema solo a base de ellos. Incluso son tentadores los aperitivos procesados que simulan ser frutos secos. Como las ruedas que vendían en el Caribe, en la Glorieta de Pinilla, al lado de donde ahora hay un local de apuestas lleno de personajes tocados con coletinas en lo alto del cogote.

Pero los frutos secos que se llevan la palma son los pistachos. ¡Cómo me sabían!, cuando por veinticinco pesetas podías sacar lo que no llegaba a puñado en el bar Los Leones, junto a la iglesia de La Anunciata. Era el negocio de dos hermanos que triunfaron en la lotería y que tuvieron el detallazo de organizarle a su padre un pase privado de Manolo Escobar. El del carro robado llegó, comió, jugó la partida y ya luego procedió con las tonadas. A aquel bar íbamos a tomar el vermut después de misa, y como nunca me gustó la guinda que le ponían al mosto, se la cambiaba a mi madre por su croqueta. Jugosa y sabrosa croqueta de bolsa. Mi estúpido paladar las prefería a las de mi abuela, que las hacía con la carne de gallina que sobraba del cocido, para aprovecharla. Como las torrijas por acabar con el pan duro. Aunque yo no llamaría a eso aprovechar, sino buscar una excusa para darse un homenaje, abuela.

El tema croqueta hace furor ahora en la restauración. Vaya si arrasa que Madrid Fusión otorga el galardón, patrocinado por Joselito, a la mejor croqueta de España. Las premiadas del Santerra, en Madrid, están de rechupete, pero poco tienen que envidiar a esas las de La Calea. He de decir que siempre mejor las de jamón que las de quesos, morcillas u otras cremucias que sustituyen a la bechamel.

Y así queda constancia de que prefiero croquetas y pistachos a morcilla y avellanas, a pesar de haber patinado en cierta ocasión por culpa de la fiebre del pistacho. Esta me hizo enloquecer de tal manera que me dio por traer de un país exótico un par de pistacheras para regalar, de esas que se pliegan como un acordeón. Me engañaba pensando que eran un artículo de artesanía local, cuando saltaba a la vista su condición de souvenir fabricado en serie en alguna esquina del sudeste asiático.

No regalen pistacheras, que no se lo perdonarán nunca.
Lo más leído