25/01/2018
 Actualizado a 07/09/2019
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Nunca he sido reacio a buscar en el baúl de los recuerdos, pero lo cierto es que no me agradó en demasía rememorar el frío que solía hacer en tierras pucelanas cuando era universitario y el día amanecía con la niebla de la mano. Es una de las pocas cosas que no añoro de aquella época, pero este martes en el claustro de San Isidoro sentí de nuevo esa frialdad que se mete dentro de uno y que no se va por mucho abrigo que haya encima. No es el frío típico de aquí, pero parece que quiso hacer acto de presencia para dar la razón al inane Mariano, que venía a disculparse por arrebatarnos la cuna de la democracia y después de decir que las bajas temperaturas de esta nuestra ciudad «cuajan españoles recios y leales». Y efectivamente allí estábamos todos con gesto recio para no congelarnos y con lealtad, muchos a nuestro trabajo, algunos a su jefe de filas y otros a sí mismos y por aquello del qué dirán si no se les ve. Pero cuando parecía que mis orejas no se podían poner más rojas y mi boca parecía la chimenea de una térmica, se congeló hasta la tinta del bolígrafo. Fue justo a la mitad de la intervención presidencial, quizá porque el ambiente se volvió más frío al ver que el inane Mariano tiene mucha vinculación con el pasado de nuestra tierra, pero muy poca con su presente y su futuro. Pocas novedades aportó sobre las cuentas pendientes que tiene por aquí, pero sí que usó la cuna de la democracia para referirse al desafío catalanista antes de irse de vinos y así entrar al fin en calor.
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