02/12/2021
 Actualizado a 02/12/2021
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En estos momentos atribularios, con la sexta, (¿o es la séptima?, al final uno pierde la cuenta), ola del virus asomandola patina por el resquicio de la puerta, con las primeras nevadas recordándonos que el mes de noviembre, por una vez, si cumplió el refrán, «por los Santos, nieve en los altos y por San Andrés, nieve en los pies», con la consiguiente subida del consumo de todo aquello que nos caliente los huevos, (leñas, pellets y gas natural, fundamentalmente), que conlleva, irremediablemente, la bajada de los cuatro cuartos que tenemos ahorrados, os quiero proponer que hagáis una receta sencilla, barata y sana que os ayudará a vencer a todos los fantasmas que se acercan por el horizonte como si fuesen los jinetes del apocalipsis desbocados: fréjoles con verduras y chorizo. Lo hago porque la envidia es muy mala y muy puta, y uno la siente en cada poro de la piel. Resulta que el ínclito ministro de Consumo, el señor Garzón, ha publicado un libro con recetas de cocina. A ver, uno suele llevar a rajatabla aquello de «zapatero, a tus zapatos». Un político debería hacer política, que es la ciencia que emplean los estados civilizados para mejorar la vida de sus ciudadanos. Qué además cocine en su casa, en los ratos que tiene libres, es maravilloso; pero que tenga la osadía de fusilar y pegar cuarenta recetas, (el mismo número que los ladrones del cuento), y luego que haya un primaveras que se lo publique, es, a lo poco, estúpido; y a lo mucho, demencial. Es como si Arguiñano, de hoy para mañana, escribe un libro sobre la influencia de la filosofía oriental en la población de Santo Tomé y Príncipe: un desatino. Que además el prenda sea el mismo que cada poco tiempo suelta perlas como qué consumimos demasiada carne o demasiado azúcar, no tiene un pase. Además de encabronar de mala manera a los ganaderos y a los labradores, engaña a la opinión pública. Si consultas a cualquier nutricionista, te dirá que comer carne es fundamental para nuestro organismo y no hacerlo lo único que hace es crear carencias. En lo del azúcar, estoy de acuerdo con él. Pero, si es tan peligrosa, que lo es, que se prohíba por la autoridad competente el cultivo de la remolacha y de la caña de azúcar y santas pascuas. Tras de que el sector primario está como está, lo que no puede hacer un ministro es hundirlo más todavía cada vez que abra la boca.

A lo de la receta, para cuatro personas. Ingredientes: cinco puñados de fréjoles pintos, a ser posible de la ribera del Porma y, de no encontrarlos, que por lo menos sean del Órbigo. Una cebolla grande. Un pimiento, de los que llaman italianos. Una o dos zanahorias, según te guste más o menos el sabor dulce. Un chorizo y un trocito de panceta. Se ponen los fréjoles a mojo la noche anterior y se cuecen solos en una cazuela con dos hojas de laurel en abundante agua fría. En otra cazuela, con el culo inundado de aceite de oliva, se sofríe la cebolla, cortada en dados. Cuando adquiera el color amarillo característico, se añade el pimiento y la zanahoria. Se deja rehogar, a fuego lento, diez o quince minutos. Se echa el chorizo y la panceta, también cortados en dados y se sube el fuego para que suelte toda la grasa y se dore durante otros cinco minutos. No dejéis de remover con una cuchara de madera todo ese tiempo. Se retira del fuego. Miráis si los fréjoles están cocinados. Si son del año, seguramente ya estarán cocidos. Se les añade al refrito, con todo el agua de la cocción y se rectifica de sal, añadiendo, para que no os den gases y atuféis a todo el personal, un poco de comino. Lo dejáis cocer otros cinco o siete minutos y habréis conseguido un plato riquísimo, por muy poco dinero y, como os dije antes, muy sano.

La mejor forma de pasar el invierno es comiendo bien. Ya dijo Cervantes, en su inmortal obra, aquello de «come poco y cena más poco, amigo Sancho, que la salud del cuerpo se fragua en la oficina del estómago». No sé, ni me importa, las calorías que tiene este plato. Sé, de sobra, que cuando el frío aprieta y nos anquilosa, la mejor forma de combatirlo es comiendo un plato de cuchara como este. Por supuesto, (o por lo menos uno así lo hace), que es plato único. Sería una temeridad meterse luego un filete entre pecho y espalda. Con lo que os aportará, no necesitareis más; a lo sumo, una pieza de fruta. Las legumbres siempre fueron el alimento esencial de los pobres. Unas lentejas, unos garbanzos y unos fréjoles hacían tirar a una familia. Les llenaba la panza y les permitían acometer trabajos que consumían calorías a lo bruto. La cocina leonesa siempre los tuvo como elementos esenciales y fundamentales. Pues nada, buen provecho y todas esas cosas. Hacer caso a un servidor y no al ministro. De este asunto, no tengáis duda, se mucho más que él. Salud y anarquía.
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