11/04/2022
 Actualizado a 11/04/2022
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En Bucha, la ciudad de la muerte, en Ucrania, las tropas rusas, al retirarse, han dejado más de 400 cadáveres, algunos de ellos con las manos atadas a la espalda. Se han ido sin recoger su infamia inmensa. Se han replegado dejando por los suelos su infamia y su vergüenza. Tal vez han pensado que pronto llegarán los Freegans y se harán cargo: este para el cementerio, esta para entregar a su familia, este para la fosa común, este, que es un soldado ruso, para su país de origen, que su madre lo estará esperando como a un héroe.

Los freegans son esos buscadores en la trasera de los supermercados donde tiran los productos caducados o con desperfectos, y que se pasan la mañana esperando para repartírselo entre ellos. En eso nos han convertido a los ingenuos que llegamos a albergar la esperanza que la era de la iniquidad ya no figurara en las estanterías de nuestra decencia (los lineales) de los grandes supermercados de la política. Políticos dueños y amos de las conciencias, que arrojan cada día a la basura vidas humanas como quien arroja yogures o panes endurecidos, susceptibles de ser utilizadas por quienes, sin escrúpulos, se deciden a darles a esos productos una segunda oportunidad.

Algunos lo llaman el reciclaje. Cada día pasan por el ‘súper’ y llenan el coche de pan, yogures, verduras, ‘tarrinas’, latas, y a veces hasta jamones enteros, o ‘packs” de refrescos, incluso de zapatillas de tallas de gigantes sin estrenar. El pan duro para los caballos del vecino. La verdura para las gallinas y los conejos de fulano. La bollería para el negro que tiene cinco hijos en casa. El jamón york para los gatos del bosque de las viñas. Las peras y las manzanas aún están aprovechables. Los yogures…

Pero la invasión en Ucrania todo lo ha cambiado de repente. Ahora ya no tiran nada. Dicen que se lo guardan para las organizaciones que ayudan a los exiliados. Una furgoneta viene cada día a recoger los cadáveres. Se han quedado sin comida los caballos del vecino, los gatos del bosque, los gatos de ulano, y el negro con muchos niños. Los ‘freegans’ han abandonado el reciclaje y han dejado de comprar en el supermercado del asesino. Lástima, porque era el único en el que se podía encontrar, además del gas, una ideología que parecía digna.

Pero, al menos, algo bueno nos ha traído la guerra, y es sentir la solidaridad casi masiva con las víctimas, porque, como escribe Theodor Kallifatides en ‘Lo pasado no es un sueño’: «Por primera vez en mi vida me sentí solidario conmigo mismo».
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